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el viaje que no empieza

¿Dónde están los besos que te debo? En una cajita.
Que nunca llevo el corazón encima, por si me lo quitan.
Extremoduro.

No sé, no sé. Cogiendo impulso. Este finde estuve en Granada, con Oscar y Diana. Tenía una reunión al día siguiente, pero hay veces que tienes ese tipo de fuerza. Ese tipo de fuerza que te lleva justo a donde quieres estar.

Lamentablemente es una fuerza rara. No se da muy a menudo.

Habría muchas cosas que contar de ese viaje, como del Transmanchurriano que estos dos se metieron entre pecho y espalda, pero hoy no estoy para hablar de viajes. Ni para hablar de nada, la verdad. He vuelto de tomar unas cervecicas con zentu y eva, recién llegados del viaje de novios y…

todo parece ser viajes. De hecho, he vuelto en bici.

Extrañarse a uno mismo.

En sentido laxo, extrañarse a uno mismo es equivalente a echarse de menos. En sentido estricto, en el único que en este caso merece la pena, es tornarse a uno mismo ajeno: reconvertirse. No reconocerse a uno mismo, si se quiere.

Darse la vuelta a uno mismo y metérsela por el culo, a ver si así reacciona. No me faltan las ganas, me faltan los huevos. Yo quiero largarme, y no sé ni a dónde, y me sobran las ganas, me faltan los huevos. Por ganas estaría pasando hambre en cualquier parte, pero por huevos no salgo del refugio aparente de estas cuatro paredes. Hay mucho que perder, lo sé, todo el mundo que me rodea, las voces que pueblan mi mente, lo que me hace levantarme día a día.

Es cierto.

Pero me faltan los huevos, eso difícilmente se perdona.

Tic, tac. Sobran los hechos, porque los hechos no se producen, porque dudan en producirse. ¿Qué pinto aquí? Las paredes.

Extrañarse a uno mismo.

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