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dancing in a burning room

«Oeoe. Ánimo. Tú puedes.»

Eso pensé el domingo por la noche.

«No hay nada que te pare». Y esas cosas.

El sábado estuvo sobando Nano en casa, se quedó a ponerse como una burra y a dormir. Me contó cosas… que me hicieron dañito. No mías, no daños propios, en mi casa todas las plantas tienen su ración de agua. Me dió la sensación de que ese viejo anuncio en el que el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra es mentira.

Decir que somos animales es despreciarles, y hacerlo semi-profesionalmente.

Y no sólo tropezamos dos veces. Lo hacemos hasta hartarnos. O hasta reventarnos la cabeza.

Lo que viene a ser lo mismo. Sucede más o menos en el mismo punto.

Al día siguiente, domingo, desayunamos. Le vi salir camino al encuentro con su -ex. Igual que las mujeres (no es machismo, es historia) vieron partir a Braveheart pensando:

«Este no va a volver vivo».

No va a volver vivo.

Aún hoy no sé cómo volverá. Yo tengo el alcohol preparado, por si hace falta.

Tengo también la localización en foursquare de la farmacia, por si hacen falta vendas.

Pedí dos semanas de vacaciones para terminar un proyecto.

El domingo por la tarde se me jodieron dos ordenadores, tres sistemas operativos.

Sic.

Habrá que conformarse con lo que hay.

Dos días peleando con máquinas. Afortunadamente soy un tipo de software, y en el mundo del software todo tiene solución.

Eso no quiere decir que sea rápida. Quiere decir que existe.

Y qué decir de que, entretanto, me harté de mojarme el culo al cagar. El latiguillo que une la toma de agua con la taza se había roto. Regaba como un aspersor. Al sentarte en la taza te regaba el costado. Cuando no pude más me fui a Leroy Merlín, y allí me encontré con Torio y Aitor.

Quedamos para comer el sábado. Es fácil volver a estar.

Esta mañana, por fin, cagué sin mojarme. No quise comprar un tirador para la cisterna porque me obligaban a comprar el sistema entero, y no soy de tirar partes que aún funcionan: lo solucioné con un cable y una pinza, el McGyver de los urinarios, they call me. Y arreglé los tres sistemas operativos. Y me puse a currar en mi proyecto. Durante seis horas piqué código sin conseguir hacer que nada funcionara. Me fui a comer con la family y no disfrute nada de nada porque era un puro manojo de nervios. Después, me senté en el macbook (lo siento, pero el mejor de todos) y cada cosa fue entrando en su sitio.

Todo funciona.

Después vinieron Cisneros y Cris (me emociona ver cómo esta casa va retomando su carácter de plaza, lugar de encuentro donde la gente viene a verse, y a verme). Charlamos un rato. Pillamos unas cervezas, charlamos un poco más.

Cuando se fueron solucioné un par de marrones más (hacer funcionar el loop de wordpress como yo quiero y tantas veces como yo quiero en la misma página), encendí un cigarro y miré por la ventana.

Bajo mi hombro, el par de tomateras y los tres ajos que planté hace tres semanas.

Oliendo.

La parte de curro de hoy hecha.

Media cerveza sobre la mesa.

Bien.

Todo bien.

Mi casero estuvo el sábado, justo después de mandar a Nano a la batalla, y firmé por cinco años más. Le gustó el color de las paredes. Le gustó la tomatera. Yo no quería haber firmado, esta casa tiene mucha historia. A lo mejor por eso terminé firmando.

El caso es que huele a verano. Y mi ventana está llena de plantas. Y la noche es preciosa. Y se está bien aquí.

Mejor que en otra parte, al menos.

Y lo más que le puedo pedir a la vida es un lugar donde caerme vivo.

Eso lo tengo.

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