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multiverso

No sé qué estaba haciendo, dónde estaba metido, pero al final volví a encontrar, por arte de causas caóticas o azar, una frase de Nietzsche que en su momento me partió por la mitad y después, años después, me dio la vuelta hasta llevarme al escepticismo de los tropos y las aporías.

No sé si es un buen lugar para estar. Seguro que no es un lugar cómodo. Pero es un lugar coherente.

La frase en cuestión —que me pierdo como siempre— pertenece a el libro «Más allá del bien y del mal», y es:

Quien con monstruos lucha cuide de convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti.

Es una preciosidad, evidentemente. Nietzsche además de un tipo apabullantemente listo era un guerrillero de las palabras, filólogo, maestro. Con un fondo más allá de duda, pero un tremendo efectista, si es que ahí es posible colar un «pero». Si no son cosas que terminan yendo unidas.

No creo que nadie mire dentro de ti. Por supuesto mucho menos «el abismo».

No fue eso lo que me cortó la respiración, por supuesto.

Después de leer esa frase un semihombre bajito aún y titubeante se dio cuenta de que mirar contamina. Que mirar no es un acto unidireccional. Que mirar, que en principio parece algo limpio y a distancia, es algo bastante parecido a saborear, en la que metes lo saboreado dentro de ti mismo para poder hacerlo. Sin cámaras de descompresión.

No es que el abismo mire dentro de ti. Por supuesto. Es que al mirar el abismo le metes dentro de ti. Te modifica, te completa. Te conviertes en frontera permeable, hay mestizaje. Una membrana plasmática.

No es nada extraño, al fin y al cabo. Saber y saborear comparten la misma raíz latina, sapere. Y ahí me detengo, que no soy ningún experto. Y además lleva una tilde de la cual no he podido encontrar equivalencia html. Algo así como una curvita hacia arriba en la primera «e».

Me quedo con la idea de la raíz. Es decir, que en algún momento saber y saborear estuvieron muy cerquita. Pared con pared. A veces creo que la historia del conocimiento y la cultura es la de la completitud. Pero otras tantas siento que no es más que la de la complejidad.

// Me sigo liando.

¿Por qué me llevó al escepticismo? Es más o menos evidente, es una especie de principio de indeterminación hacia dentro. No sólo modificamos lo que observamos cuando lo hacemos, sino que lo que vemos nos modifica a nosotros. El abismo nos mira. Y nos conoce. Y nos transforma.

Y, por supuesto, si no podemos asegurar la mirada prístina del puesto de observación, la independencia del que mira, raramente podremos establecer un conocimiento universal. Lo universal del método científico requiere esa mirada objetiva, desinteresada y desnuda que nunca se da.

// Excepto, claro está, en esa aberración tremendamente productiva que es el método experimental, que funciona controlando férreamente los parámetros, acotando disciplinadamente: «En una situación en la que… hacemos lo siguiente… y obtenemos estos resultados». Plas, plas, plas, aplausos. A nadie le importa que esas condiciones se den per se infrecuentemente o no se den nunca.

El abismo siempre nos mira, desde sus ojos vacíos.

No existen las categorías a priori del conocimiento, no más allá de dos modos: lo condicional físico: todos miramos con los ojos si no somos ciegos, escuchamos con los oídos si no somos sordos, etc, etc; lo condicional social: el marasmo de la cultura. Ahí terminan las similitudes. La primera es general como especie (sólo para nosotros y mientras lo sea), lo segundo es particular en cuanto local.

El abismo que devuelve la mirada con sus ojos ciegos nos dice dos cosas.

Uno: Cualquier conocimiento absoluto es imposible. Cualquier victoria es temporal. Todo debe estar en constante revisión.

Dos: A efectos prácticos, nosotros construimos el mundo mientras lo miramos, al mismo tiempo que nos reconstruimos a nosotros y con eso volvemos a reconstruir el mundo en un círculo irrebasable.

Se pueden hacer afirmaciones bastante bellas de todo esto.

Somos generadores de mundos.

Nunca nada jamás volverá a tener tu forma de ver el mundo.

No dudo que exista un mundo independiente a la mirada que lo mira. Pero tampoco puedo afirmarlo. No tengo constancia de ello. Lo entiendo un poco como soporte. Pero no puedo afirmar más. En el caso de que existiera a mí me daría igual, porque de hecho no tengo forma de verlo. Existe de un modo en el que, para mí, es como si no lo hiciera en absoluto.

Lo que importan son los cientos de mundos que dan vueltas por ahí. Que toman café con leche. Que comparten conmigo un ratico de guitarra, de conversación, de acercamiento. Que se bajan en las paradas de autobús. Que lloran y ríen. Que componen un multiverso maravilloso.

En el que estoy metido.

Eso en los días buenos. En los que tengo un buen vino que llevarme a la boca, algo de tabaco de liar. Un poco de conversación, y si estoy descansado. Si he dormido bien.

Hay otros días…

tremendos.

Otros días bastante más complicados.

En los que esa multitud de formas enmascara que no hay ninguna. Precisamente que no hay soporte cognoscible. Como en un juego geométrico, puedes poner el punto de enfoque en un lugar u otro en un chasqueo de mirada.

Esos días realmente son los que miro al abismo. Y el abismo es el vacío. La nada. Ni siquiera el absurdo. Lore me decía hace años que le preguntó a un ciego qué era lo que percibía por los ojos. Y el ciego le respondió: «¿cómo ves tú con la rodilla?»

Ese tipo de vacío, de nada. De inexistencia. Ese tipo de silencio que no es silencio porque es algo peor. Porque deja al silencio en el rango de lo anecdótico.

Eso encaro en estos días. Ese abismo es al que me estoy asomando. Ese mismo es el que me mira desde el otro lado. El que se me está metiendo dentro. El que está cambiando mi forma personal de ver el mundo. El que se está adueñando de mis ojos.

«Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti.»

No jodas.

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