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calculador o insensato

Yo, me, mi, conmigo.

De qué coño trata un blog como éste sino de eso.

La vida entona su coda preciosa que no hace más que decir «todo sigue». Está bien. Logrado. Conseguido. Coda.

Los colegas se compran casas, tienen críos, se van haciendo mayores como todo el mundo. En mundo envejece, es cuestión de entropía. Por ellos tengo sensación del paso del tiempo.

Pero no en mi vida. Sí en las vidas de los demás. Soy como un eterno Peter Pan que no se mueve de Nunca Jamás. Aquí vine para quedarme. No para estar un rato y marcharme. La diosa fortuna es huidiza y mutable, pero al final uno encuentra una línea básica, un mínimo común divisor. Un pequeño oasis de estabilidad con el que contar, para lo bueno y para lo malo. Las opciones se van decantando lentamente y uno las sopesa con el rigor de un idiota: me guta, no me guta.

Sigo leyendo de forma enfermiza. Absorbiendo información que no preciso.

Adorando el pelo. La curva que une la cintura con las caderas. Matándome cada noche de combate para renacer al día siguiente resacoso, renovado y encabronado con el mundo.

Y, sin embargo…

Tengo la espada de Damocles siempre sobre la cabeza. No sé qué mes será el último que pueda pagar el alquiler. Qué canción será la última que sea capaz de componer sintiendo algo. Qué libro no me quitará definitivamente las ganas de leer. Quizá esta cerveza sea la última que pague. No nos engañemos, hoy por hoy todo es pagar. Todo es poder pagar. Y yo no tengo reservas. No las he podido tener nunca. Vivo día a día.

Lo sé, pero cada vez me importa menos.

No es desencanto, la verdad. Cada vez me emocionan más y más cosas.

Es dejarse llevar. Con algo parecido a un timón, pero dejarse llevar. Fluir, diría Punset.

Ser consciente, aunque no sé muy bien de qué.

Estar a la espera. No darse tregua, pero tampoco meterse prisa. No tengo ni idea de cómo decirlo.

Lo escribí hace muchos años:

Pero como sobre todo
y por encima de todo
me encuentro sumido en esta especie de
letargo
inquieto
en el que los días no tienen más relojes
que los ciclos corporales
y las galletas María Fontaneda
y las idas y venidas al váter y
a la nevera a por agua fría,
como sobre todo
y por encima de todo
me duele que todo siga aparentando
ser yo no siento nada
y sigo sumido en lo inmediato,
en la cerveza y el picor del grano
de la espalda que me susurran
que este
letargo
inquieto
quizá sea lo que se
dice que es
seguir existiendo.

Vivir en el extrarradio. Ver las cosas desde fuera. Ser un inmenso espectador de nadas y todos que son modos de andar por aquí. La rabia dibuja sus propios caminos a ninguna parte. Y a todas. Las veces que me he preguntado si alguna vez… he dado la vuelta y me he perdido. Si he querido perderme. No sabré nunca si fui un calculador o un insensato.

Todo son consecuencias.

Si todo va bien, habré sido un calculador.
Si todo se tuerce y termina mal, un insensato.

Esa forma de ponderar no me dice una mierda.

Pero algo he aprehendido. Me caigo bien. Y eso es importante porque soy con el que voy a tener que estar siempre.

No. No puedo vivir sin mí.

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