Qué gratificante es ser sincero cuando no te va nada en ello.
– ¿Tengo el culo bonito?
– Tienes el culo como un triceratops, guapa.
Tiene un culo estupendo. Pero le muestro sinceramente mi falta de interés en todo esto.
– No seas absurdo, tengo un culo bonito, me lo dicen mucho.
– Eso no vale para nada. Todo el mundo miente. Y más sobre estas cosas. Te dirían que tienes el culo bonito aunque fuera un cráter lunar peludo, pálido y partido por la mitad con un serrucho.
– Vamos a tomar otra cerveza, que hoy estás tonto.
Se levanta y va a la nevera, yo espero en la cama encendiendo un cigarro. Vuelve con un par de latas de cerveza viva.
– Pues tú estás gordo.
– Eso ya lo sé.
– A mí no me molesta que lo estés.
– Deberías ser mi médica, sería todo más fácil y divertido.
– Supongo que en ese caso mi perspectiva cambiaría. ¿No te gusta mi culo?
Pone morritos. Yo nunca he sabido muy bien cómo resistirme a eso.
– Sabes perfectamente que tienes un culete estupendo.
– ¡Gracias!
Pero estoy corroído por la sinceridad, de la facilona, de la que no supone ningún esfuerzo.
– Sin embargo… tienes los hombros muy caídos.
– ¿Y a quién coño le importan los hombros, joder?
Le da un sorbo a la cerveza y se mira la punta de los dedos de los pies, sonriendo.