¡Oh, puerta, salida del monte, desprovista de memoria,
que no tienes inteligencia!
A la búsqueda de tu madera he recorrido 20 dobles leguas
antes de percibir el más elevado de los cedros.
¡El árbol, del que estás hecha, no tenía su igual en el Bosque!
Tu altura es de seis ninda de alto, tu anchura de dos y de un
ammatu tu grosor;
tu gozne, tu pivote inferior y tu dintel son de una sola pieza,
te he fabricado y te he traído a Nippur para el Ekur.
Si hubiese sabido, oh puerta, que tal sería para mí tu recompensa
y tal el beneficio que tú me habrías de testimoniar,
habría levantado mi hacha y te habría troceado
y en una almadía habría transportado tus pedazos.Poema de Gilgamesh.
La chica nerviosa del ascensor había perdido el control y yo no conseguía recuperar del trastero de mi memoria emocional la combinación de su caja torácica, el filo aguzado de la calma inmediata, el ilimitado y líquido perfume de su pelo al despertar. Una sociedad de palitos de cangrejo no puede comprender la irremisible terquedad de un poro de la piel que se abre al contacto y deja pasar un finísimo hilo de humanidad, o reverencia humana, o esencia viva o como se quiera decir. Una sociedad de bocadillos expedidos por máquinas no puede reconocer más interrelación que la filtrada a través de capas y capas de aislantes: plástico protector: nos libra de la contaminación: también de lo demás: acaso pensaron que podía darse lo uno sin lo otro. Al fin y al cabo, tómense las precauciones que se quiera, el contacto es contaminación en sí mismo, y es muy difícil discutir este tema en otros términos que no sean éstos e intentar llegar a alguna parte.
Si lo que se quiere es llegar a alguna parte, por supuesto.
La chica, nerviosa, del ascensor, abría una tira de chicle y le quitaba el albal para después meterselo en la boca, chocarlo contra el paladar y plegarlo con la lengua en algo masticable. Yo no sé qué efecto podía causar en tu boca después de medio paquete de tabaco y tres o cuatro copas, pero no barruntaba nada bueno. Masticabas como un dromedario, moviendo la mandíbula inferior en círculos paralelos a la superior. Rumiando, forzando los molares, puro nervio contra nervio en un gesto mecánico que intenta alcanzar algún tipo de paz en el movimiento. Los labios entreabiertos dejan ver la bola rosacea que está siendo destrozada en este ejercicio y las filas perladas de dientes y la densa masa carnosa rojiza del interior de tus mejillas. Si me apuras, puede verse hasta el esófago. Forzando un poco la vista. No, sin forzar nada.
“¿Entonces qué?”, como si fuera posible preguntar, o más aún como si fuera posible responder algo inteligible, o como si las palabras, mejor aún, pudieran decir algo de todo esto. Las palabras son necias, yo tengo kilos, toneladas de palabras, pero no sirven para nada. Excepto para hacer metáforas, para dar vueltas sobre lo que se quiere decir intentando llegar a algo, hacer comprender algo, convertir un pensamiento, emoción o concepto en algo saboreable, algo con la capacidad de que te lo metas en la boca como la bola rosacea de chicle, con la propiedad de que al reventarlo con los dientes contra tus papilas gustativas y los millones de sensores precisos de tu pituitaria pueda mostrarte algo, pueda meterte en algo que yo tengo dentro y no puedo sacarte para que lo comprendas, pese a los camiones de palabras que guardo en la memoria como algo precioso sin saber muy bien por qué. Sin saber, todavía hoy, muy bien por qué.
Entonces qué, con la mirada fija en mis ojos y los senos elásticos en el sube y baja de tu respiración agitada con tu anacrónica y destemplada y desteñida camiseta del Che Guevara y tus vaqueros de cintura y tiro bajo y las botas sobre el final de las perneras. Entonces qué y saco un cigarro y me lo enciendo y pienso que esta lucha es resultado del juego al que juego y en el que parece que no termino de ganar nunca. Y el cigarro sabe bien sin disnea y el tiempo se elonga y adolece de ritmo y se estanca y como todo lo estancado enferma y se muere, y da paso al siguiente tiempo porque el tiempo no cesa.
– De acuerdo, tía, como tú quieras. Vamos al garito de Pablo.
Te rodeo los hombros con mi brazo, sonríes y doblamos la esquina sin esfuerzo aparente.