en el espejo que tengo en el baño
y abro la puerta del otro lado,
en el que está el otro,
al que no le va ni mejor ni
peor que a mí,
aunque sí distinto,
y le digo
“buenos días” y soy sincero.
Él tiene puesta la radio como yo
y se está cepillando los dientes mientras
yo me afeito
y tiene una importante
calvicie en potencia -de lo que
yo, de momento, aún me libro-
y no está de buen humor
porque no quería levantarse
ni mirarme directamente a la
cara tan solo por que yo,
por las mañanas,
trabajo y debo despertarme
temprano.