y nada más. Sobretodo
era el café de la mañana con el
televisor como presencia
insoslayable,
sobretodo tu mirada perdida
en él día tras día
y día tras día el último beso,
el “hasta la tarde” del
definitivo momento
en el que cogías la puerta
junto con el bolso
y te ibas,
sobretodo la misma
soledad incomprensible,
la misma desazón en la boca
del estómago,
sobretodo el mismo cansancio
de luego, la misma cena,
el mismo televisor de nuevo
justo antes de dormirnos
para aparecer sin pausa
con el café y la pereza
enmarcados en el mismo instante
de la mañana.