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Rituales

Rituales.

Podíamos haber olvidado
esto.
Lo sabes.

Los poemas son prosa fragmentada
al igual que los sentimientos,
los versos lo son porque tras
ellos adviene cualquier cosa.

Cada línea es un camino
inconcluso, imposible de concluir.
(Gracias, Kike).

Y eso es lo que más jode,
porque podíamos haber olvidado
aquello y no lo hicimos.
Pero tampoco lo recordamos,
sólo está ahí,
entre nosotros,
desquiciándonos.

Destapamos el bote de los
rituales, comodidades en las que
guarecernos,
quiddidades de nadas,
de imperios de
cientos de palabras
sin referente alguno
(excepto el juego tomado excesivamente
en serio).

Pero prefiero otra cosa…

Y tú comenzaste
a decirme hola
sin pretensiones,
fustigamos nuestros
sexos con el fragor del
roce
y nos dispusimos a querernos.

Las sábanas,
temerosas,
intentaban la posibilidad
de un armisticio,
la luz de la lámpara
pendulaba del amarillo,
cuando teníamos los ojos abiertos,
al negro,
cuando los cerrábamos.

El aire embravecido
se perfumaba con las
esencias del sudor
y del polvo lascivo
que tentábamos.
Olisqueamos las
piernas, que eran
torreones de batalla,
y nos fuimos quedando
allí mismo retorcidos,
allí mismo derrotados,
allí mismo miradas,
allí mismo silencio,
allí mismo gemidos,
allí mismo sangre,
allí mismo luz,
allí mismo pavesas,
allí mismo destrozo,
allí mismo excentrados,
allí mismo mierda,
allí mismo sueño,
allí mismo terror,
allí mismo agua,
allí mismo año,
allí mismo fogón,
allí mismo sin sucesos,
allí mismo promesa,
allí mismo, Tú y Yo.

Husmeamos nuestras axilas
y aprendimos
a dejar el empeño para
los valientes o los ingenuos,

que los tiempos no son sinceros,
que la soledad es tortura,
que el invierno no nos deja cuando
asoma,

que esquinar tanta ironía
nos sale caro,
que perpetrar tanto
olvido es una temeridad
ingrata,

que verte como puedo
no es un atardecer en un valle
verde claro,
que la cerveza es el reino de
lo indoloro y

tu cuerpo
me reza
al oído:

“¿cuándo…?”

Nunca. Siempre. O cuando quieras.

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