La mañana lo es porque en
algún momento del día debo
tomar café y no vino. Salgo
y paseo mis ojos entre los
transeúntes idiotas enfundados
en sus caras y sus desayunos.
Entre los portales y las agencias
de seguros desfiguro tu risa,
la moldeo hasta hacerla mía.
La mañana es a veces perfecta y
a veces tediosa e insidiosa: pienso
fluida, coherente y rectamente. Por ello
tarde o temprano siempre consiento
en asaltar mi cerebro con el ariete
volátil de los fermentos y la carne
grasa de bichos muertos.
Tic-tac, escando el tiempo y
hablo de segundos, aparcelando el
día desde el sol a la luna, la
luz a la sombra.
No quiero saber quién es ese
del que hablas aseverando que habitó
mis mismos ojos.
No quiero seguir sudando lo que
con tanto trabajo conseguí ingerir anoche.
Triste es borrarme por el alcohol, pero
aún más triste es hacerlo sobrio.
Sigo caminando: la panadería. Compro
algo y lo traslado a mi refugio,
para así comer agusto. Voy a mear y
llorando sigo perdiendo el elixir de
la eterna juventud que ayer tragué hipando.
Sueño algo de unas tiendas y me
doy un golpe en la cabeza, no
es bueno dormirse depie al lado de
la encimera. Cierro los ojos y
hago más café. Por no estar allí,
cuando se suponía que sí, lleno
el cacillo con sucedáneo y de
lleno introduzco los dedos en el
fuego. Cosas.
Arden mis labios, parece ser que de
amor (aunque también olvidé
que el café se enfría con el
tiempo). Me arde todo el cuerpo.
(¿Tú eras así? ¿Algo tan ígneo y
tan dentro? ¿Poseías tú la cualidad
de enrojecer mis miembros, cada uno de ellos? ¿Podría encenderme un
cigarro e ir a otra cosa? ¿Tenías
tú mis ojos entonces, pudieras aún hoy tenerlos?)
Tú eras así, siempre llamando
al Fénix que ineludiblemente decías
encontrar aquí dentro. Tomabas
mis manos, las besabas, y producías
el sortilegio: sin más yo tenía
algo que decir. Yo lo llamaba
tomar cuerpo. Tomar tu cuerpo era otra
cosa. No siempre igual a mano. A veces
es triste. Más triste es sobrio. Esta
creo que es una máxima inalienable.
En la mañana no hay marcianos,
nadie viene a recogerme.
A veces aún a veces pienso que a
veces la vida se equivoca conmigo.
Es siempre así, tan confuso. No sé
bien lo que digo, pero cabrón hablo.
Hago la cama y tengo la extraña
sensación de no hacerle ningún favor
con ello. Creo que me mira mal ahora,
tan estiradita. Ya no tiene sitio
donde esconder sus mentiras, las
mismas que las de todo el mundo,
perdió los entresijos donde siempre
uno halla la enjundia, la pulpa
fresca de cualquier alma.
Así creo que me siento desde que
te fuiste: estirado. Parece que,
bien mirado, no existe Fénix
sin tu mandato. Es jodido.
Aunque también es la mañana,
el momento del día en el que el
café y no el vino me mantiene
vivo.