Intolerablemente amarga
es tu risa. Uno se va dando
cuenta de cómo, quieta,
calladamente,
te desangras.
Y no hablemos si no
podemos de tus dones apagados,
de tu voz velada,
no contemos la vida que
escancias en las tortuosas
sendas de mi alma.
No digamos. No disloquemos
esto hasta hacerlo algo parecido
a un
verso.
Intolerablemente retuerces la
daga en mi brazo, con tu
sola presencia y tu risa.
Amagos de un cuadro renacentista.
Soledades neutras e higienizadas
de un poeta por impostura, de
un mercenario de la letra.
Hablemos del día, del
tiempo, del cadencioso fluir
de las noches.
Pero nada pensemos de
aquello. De lo otro.
De lo nuestro.