Cabeza abajo en el metro.
Tierra coronando el viento
y las nubes
donde apoyo mis pasos.
K.C. golpea mis oídos,
porque quiero ser dolor
inane.
Salvador colapso de mis
sentidos, letargo imbécil
de un mundo imbécil que
huele a sudor y perfume,
mezclados,
abriendo los esfínteres que
van lanzando fuera todo lo que
me callo.
Atrás dejé mi último verano,
agotado.
Cojo un lugar, un mundo al que
llamar mío, y ya están todos ocupados.
Espero mirándome al espejo
y mojándome la cara. Cuando
por fin entro con la llave
dorada de 25 pesetas el artificio
está ya hecho.
Y huele fuerte a otros alientos,
todo me dice lleno, vete, aquí
no hay ya sitio para tus
zapatos.
Saco la caja y encierro mi
nariz dentro. Vuelvo
mis ojos hacia el centro de
mi cabeza. Las
manos a los bolsillos.
Y ahora
todo es perfecto.