I.
Me lío un cigarro de «Golden
Virginia». Es mi
tiempo-libre.
También puedo ser esto
(melocreomelocreolojurolocreo).
Puedo tener objetos que
decoren mi único suelo, la
tierra a que pertenezco, mi
patria de salóncomedorcocinabaño
y un sofá acogedor. Gracias
a esto puedo:
comer,
beber,
dormir,
excretar
y
vegetar viendo el televisor.
II.
Anoto:
«Estoy cansado.
Pero no puedo parar no
debo si quiero mi patria
amada de 65.000 al
mes cada mes y
contigo y la cama,
donde estoy contigo».
III.
Y todo esto da igual,
son detalles concretos de un
devenir absurdo y
enfermizo.
Sé, lo sé, por supuesto
lo sé, sólo creyendo…
…la paz estará
conmigo.
IV.
Hijo de todos mis muertos.
Quietos, callados. Recordando
con su elocuente silencio su
cualidad de ancestros.
Hijo de aquellos mal
enterrados
(«dumba etna», canta
en la noche la flauta
sin agujeros de mi
espalda rota)
allí donde asoman las
manos sin carne, sin sangre;
sólo huesos.
Canta la tierra que les
cubre su amargo canto
de Robe:
«no funciona nada»,
repiten.
Por ahí no, los agujeros están
en el alma…
V.
El tren repiquetea desde las
traviesas, yo escucho la radio
para no oírlo.
Eso y las conversaciones ajenas,
que hablan desde sus
andamios apuntalados en
la nada,
aseverando ser la única
VIDA.
Posiblemente tenga sueño.
Quizá llore aquello que humedece
mis labios.
Yo sólo deseo encender un
cigarro, buscarme un lugar
en el armario donde jamás
llueva.
El tren, indolente, repiquetea
sobre las traviesas.
Suelo firme debajo de mí.