Y no entendía cómo poder
seguir siendo así en el espacio
y
el
tiempo
corrompido
del mantenerse vacío
en un rictus estúpido e incomprensible,
en un llanto silente autoproclamado de
engaños.
Y él no entendía cómo
volvía cada
día
a comprar pan y ajo,
la carne y la fruta y el
pescado. No se entendía
a sí mismo en eso porque era
imposible hacerlo. Estaba serenándose
en los movimientos rutinarios
que le dan el tibio sentido a la vida
de no
carecer
de lo necesario.
Y aunque no lo entendiera
era algo.