Él era un buen tipo.
No del modo usual, supongo, ni del modo normal.
Pero usual y normal no suelen significar mucho para casi nadie.
O eso quiero creer.
Me dio las herramientas que después mitifiqué sobre él.
Me llevó sobre sus hombros mucho tiempo, sin darle
importancia.
No sé si le dio importancia.
Mitifiqué bastante.
Pero se podrían quitar todas las muselinas y el resultado
seguiría siendo igual de sorprendente.
Nunca tuvo mucha suerte.
Eso lo he heredado.
Supongo que por voluntad propia al 50% sobre la carga genética.
(¿Se puede meter un “%” en un poema?).
[Eso nos retrotrae a… ¿es esto un poema?, pero la pregunta es
capciosa y sujeta a interpretaciones desenfocadas].
Esto es un rodeo, lo sé.
Tenía ojos inteligentes bajo unas cejas pobladas.
Las manos arrugadas y pobladas de pecas. Un corazón
como un puño.
(Este poema no funciona, si es que es un poema).
Este poema es un rodeo.
El día qué, el día qué.
Yo estaba tomando unas cervezas en otra parte, supurando
autocompasión por todos los poros de mi piel.
El día que yo estaba en otra parte, supurando autocompasión por
todos los poros de mi piel,
me llamaron por teléfono y me lo dijeron.
Y fue como si todo lo que siempre había sucedido
hubiera dejado de suceder. Milimétricamente así.
Fui corriendo al lugar donde estaban los hechos, y me lo encontré lleno
de gente.
Vacío, por otro lado, de lo que debía haber estado lleno.
(Tópicos, lugares comunes).
Después de los llantos y los lugares comunes volví a casa.
Encendí una cerveza, abrí un cigarro.
Con la estúpida pretensión de que todo fuera lo mismo
que siempre había sido.