Ojos, pies cansados, cabeza cansada,
vientre curvo, luna sin forma
y justo en medio
una lanza como un sueño atravesando un par de nadas.
Tengo un silencio en medio del pecho,
un agujero en el plexo solar.
Puedo decirlo más despacio, pero no mucho más claro.
Aúllan fuera los inviernos, desolados,
la tierra agostada que se busca a sí misma en su revés,
en los terrones no-rotos debajo de los rotos. Andaba
perdido rezando por encontrarme, y fue justo entonces
cuando dejé de sentir algo.
Me dejé algo en alguna parte,
debajo de las facturas, las deudas, debajo de los fines de semana,
debajo de todo esto, de todo lo que veo.
(La tierra se busca a sí misma en su revés,
no puede ser de otro modo).
Me dejé algo en alguna parte,
estoy seguro.
Me dejé algo con lo que no contaba y que ahora no deja
de perseguirme.
Algo blando, quizá, algo cotidiano.
Un reflejo de otra cosa, no lo sé, un despertar en mi sitio.
Quizá no era nada entonces, y por eso,
puñetero vago,
lo abandoné por cualquier parte.
Y desde entonces no hace más que llamarme.
O desde entonces no hago más que buscarlo.