Tenía un color amarillento en sus pupilas. Yo estoy cansado, cansado de tanto currar, de tanto dejar la vida en intentar merecerla. Me dijeron que era gratis. La letra pequeña vino con los años. Sí, después vino lo de ganársela. Me duele la espalda de un leñazo contra un hierro del sofá, de haber estado 16 horas en un coche, de llevar una bombona de butano no más de diez metros, de estar gordo como un Papá Noel de cemento y llevarme encima todo el tiempo. Estoy mayor, supongo, o mal conservado. Debe ser eso. Tenía un color amarillento en sus pupilas, de un verde intenso. El verde y el amarillo son una mala combinación para unas pupilas, hacen que la persona que las lleva parezca demasiado inteligente y demasiado peligrosa y ambas cosas al mismo tiempo.
Estuve en Utrera esta Semana Santa, viendo los pasos y tomando cacique con cola todo el rato. Despacio, como si tuviera todo el tiempo del mundo. Antes le pedía a unas vacaciones que fueran excitantes, ahora sólo les pido que me transmitan la sensación de tener todo el tiempo del mundo desde que me levanto hasta que me acuesto. Y ya me va pareciendo demasiado. Pronto, si no cambian las cosas, lo que le pediré a las vacaciones es que acaben cuanto antes, para que no duela tanto volver después al mundo real. Bromeo, mi vida no es mala en ningún sentido. El mundo sí que lo es, y algo se pega. No está bien que un Papá Noel de cemento ande lloriqueando como una niña tonta y malcriada cuando le sale el primer pelito.
Buena gente en Utrera, gente tranquila a la que se la suda el mundo cuando quedan unos cuantos y se van a tomar unas copitas. Y lo hacen a menudo. Buena forma de vivir, a espaldas del mundo. Coges lo que necesitas y después le mandas a casa, ya con pasta en el bolsillo. Con pasta en el bolsillo el mundo debería sudárnosla. El problema es el síndrome de estocolmo, que al final anida en la conciencia como una lapa asquerosa de culpa y barro, y nos hace dejar de disfrutar pensando en lo que nos queda por hacer. Lucho contra el síndrome, pero me lleva ventaja. Él llegó primero a todo esto.
Hoy he cumplido 32, y a todo se acostumbra el cuerpo. No me siento mejor ni peor, ni siquiera diferente. He cenado con N., demasiado buena para mí, demasiado en todos los sentidos para mí. No porque yo sea un mal tipo, quizá todo lo contrario, sino porque no soy esencialmente nada. Los tipos como yo mordisquean un plástico mientras esperan el autobús, y es lo único que hacen todo el tiempo. No les hace falta dormir, porque están durmiendo siempre. He vuelto a casa resoplando del esfuerzo y sintiéndome inmensamente grasiento. Sin más plan que tumbarme en la cama y darme la vuelta de vez en cuando. Sin más fuerzas que las de llegar a mañana a medio pulmón y con la cabeza fría para hacer y aguantar las estupideces de cada día.
No, los tipos como yo no suelen tener tanta suerte. No tienen unos ojos verdes y amarillos delante que miran enamorados mientras tienden un beso. Los tipos como yo se dejan marchar hasta que mueren.