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He vuelto a subir las bitácoras. No sé por qué. Ha pasado una semana. Pasó la cena de empresa, el jueves con Rodrigo, el sábado con Rosa y Miguelón, la comida del domingo. La tarde horrible del domingo, aniversario de los primeros tres meses sin nosotros. No podría describir la tarde. Estoy haciendo algunas locuras, porque, esencialmente, estoy loco. He perdido el norte. Deambulo. Me equivoco, me equivoco mucho. Duele, aunque no es razón ni excusa. NO lo es. Pero sucede que.

En el principio era el amor.
Sin el amor nada existía.
El alma que una vez amó,
nunca jamás se apagaría.

Volver a amar era intentar
tornar al punto de partida,
apresar humo, tocar cielos,
poseer la luz infinita.

Volver a amar era querer
revivir las flores marchitas.
Era escuchar la voz del alma
que llamaba al alma perdida.

Volver a amar era llorar
por la dicha desvanecida.
Era encontrar con quien partir
el pan y el vino de otros días.

Pero -de sobra lo sabemos-
sólo una vez se ama en la vida.
Volver a amar, es evocar
el amor que colmó la dicha.

Es, sin querer, hacer sufrir.
Sentir la rueda detenida.
Que si el espejo sufre, es porque
la vieja imagen está viva.

En el principio era el amor.

José Hierro. Con las piedras, con el viento… 1950.

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