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ser sensato

El mejor recurso para esconder que uno es sensato (es decir, un mierda) es cultivar una imagen ambigua. Reservada y al mismo tiempo caprichosa, encerrado en uno mismo pero con raptos de petulancia a veces y de compañerismo atroz otras. Esto sirve para varias cosas. La primera es para que te dejen en paz, que ya es bastante, tildándote de raro o de lo que quieran. La segunda es para que nunca sepan lo que se puede esperar de ti. El ser humano es un bicho social acostumbrado a interpretar las reacciones de los demás, y mediante la empatía a preverlas. En cuanto sepan cómo vas a reaccionar, calcularán cuándo y cómo pueden tomarte el pelo: no lo dejes ver.

Si eres una persona abierta no dejarán de pensar que lo eres siempre: cuídate mucho de eso. Se te acabó leer o estar tranquilo en casa. Vendrán siempre sin preguntarte si te apetece o no. En el curro no te dejarán en paz, y vendrán a hablar contigo siempre que no haya jaleo, aunque tú prefieras quedarte un rato divagando en silencio. Eso no se puede permitir. Si saben que eres sensato no les importará putearte para ascender, porque saben que no montarás un cirio. Es mejor que no lo sepán, que se teman lo peor. La imaginación es siempre peor que la realidad.

He vuelto al curro constatando otra vez que requiere la concentración de un niño de 17 años hiperactivo y cocainómano. Eso es bueno, porque permite divagar. Es malo, porque cuando no hay nada en qué pensar, aburre soberanamente. Aburrido y con el deber hecho: esta es la realidad laboral del siglo XXI. Todo el mundo a mi alrededor habla bien del curro, pero yo sé que no todos piensan así. Es simplemente que la sociedad del gran hermano vaticinada por hayek y novelada por blair se ha impuesto, y tienen miedo a los ojos que contarán y lo dirán todo, tienen miedo a esta vida de vigilancia contínua de unos sobre otros con el fin de ganar un pedazo de mierda más que los demás. Por eso todos piensan lo mismo, pero se tirarán horas entre ellos hablando de lo opuesto. No es un mal curro, lo sé, no se está mal, también lo sé, pero no se me escapa que nadie soñó jamás con estar ganándose la vida con algo parecido. No es problema de los compañeros ni de los jefes, ni seguramente de la empresa: es culpa de cómo están montadas las cosas. Estamos aquí porque tenemos la costumbre de comer y de dormir bajo techo, y nada más. Creo que ese es justo el compromiso que paga la empresa, ni un duro más, todo lo demás lo prestamos a fondo perdido. Cuando se den cuenta de que todos pensamos lo mismo quizá podamos llenar los escasos ratos de asueto con conversaciones medianamente interesantes.

Es importante conservar una imagen confusa por si esto no termina así.

Al volver a casa me he cruzado con una familia de madre, padre e hija hablando de buzones. Parece ser que una vecina quería que le cambiaran el suyo, no le gustaba. He echado de menos circunstancialmente la radio, siguen siendo las mismas tonterías, pero al menos puedes cambiar de emisora de cuando en cuando. El tema de hoy en mi cabeza era cerveza o no cerveza durante la lectura, y ha ganado la cerveza. Hay días especialmente tontos (que no duros) que necesitan a voz en grito la teoría de la compensación, un sofá, un litro y un libro frente a doce horas perdidas sin ningún provecho. Ganan las doce horas, por supuesto, pero que me quiten mi momento si pueden.

Cómo jode comprobar, en su momento, que la vida no tiene sentido. Que sólo lo tiene a ratos, como un pulsar, y que si estos ratos se alargan también lo pierden. Pero después de asumirlo todo es más fácil. No puedo estar tomando cervezas y leyendo dieciséis horas sin que el sentido se desvirtúe, pero el rato que voy a pasar en un momento sí que lo tiene. Y punto, nada más. Un abrazo es un abrazo, un abrazo de tres días es un coñazo.

Ellos (y no sé quién o qué es ellos) ganan casi todo el día, pero ahora mismo, aquí sentado, con el cigarro y la cerveza, gano yo. No sé si les jode o no, y me da igual. Con que a mí me baste es suficiente. Y me basta y me sobra.

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