A veces tengo la sensación de que se me va de las manos, de que hay tanto escrito y tanto dicho que ni yo mismo recuerdo ni una décima parte de todo lo que pasó. Qué raro. Además, últimamente tengo la sensación de que no sé dónde van los días, este último año, por ejemplo, ¿ha pasado en un año, o en menos? Seguramente en mucho menos, seguramente no ha llegado a tres meses. El día ocho de enero empezó una historia diferente con N. Supongo que, en parte, es por su causa que todo haya ido tan rápido. Uno ya no sabe si pierde o gana. Y empieza a temer ganar. O no. No lo sé.
Pero menos. Siempre sé dónde estoy, por muy perdido que esté (no sé si eso se puede decir). Creo que siempre tengo claro que soy uno e indivisible en mis pedazos. Que ya está bien. Que sea lo que sea, será conmigo entero en mis pedazos. Creo que eso lo puedo decir. Pero ni eso tengo claro. En mayo hará tres años que estoy con esta historia en perdiendo. Tres años, joder. Leo a Wolfe:
Ella y yo nos habíamos vuelto
a pelear. Cierto comentario irónico
sobre la más que dudosa inteligencia
de algunas amistades (suyas).
Volví
la esquina, caminé bajo la lluvia un rato, hallé
el último tugurio abierto
de toda la ciudad.
Ni siquiera era consciente
de dónde me encontraba. Pero el whisky
estaba bien; la música, la luz,
la poca gente, estaban bien.
Apuré
las últimas monedas, pedí otra copa, un cigarrillo,
fuego, una canción.El peor de los momentos es a veces
lo único que de verdad vale la pena
recordar.(«Calma chicha», de Días perdidos en los transportes públicos, 1992, Colección Literaria de la Universidad Popular, Universidad Popular de San Sebastián de los Reyes, 2004, pa que quede).
Y a Luzbel Kike:
Cabizbajo rompí por la puerta,
día penumbroso y violento,
nada se sonríe y menos aún yo,¿lágrimas, llanto?
No, es suficiente con la llovizna,
con un día más de existir por existir,
de ser piedra, lenteja, o qué sé yo,
mierda, estropajos, basura.(De Residuos y otras tareas, colección más bien privada)
Así empezó todo, con «el peor de los momentos es a veces lo único que vale la pena recordar». Nos unía la espiral de la derrota (a buscar poesía en todas partes, aunque apeste). Estábamos bien, tomábamos cervezas, estábamos jodidos, tomábamos cervezas. Estábamos. Un par de años de Kombate como si tal cosa. Entiendo que estábamos hundidos. Pero, en cierto modo, y sin pretender en absoluto ser derrotista, vivíamos fuerte (vaya estupidez de eufemismo).
Qué curioso. Todas las noches de kombate. Se echó de menos a Kike. Un asunto un poco estúpido, la verdad. Me da por escribir novelas realistas, y a veces a la gente no le gusta verse reflejada. Decírselo a la cara no es lo mismo, a las palabras se las lleva el viento. A las palabras escritas también, pero lo parece menos, supongo. Hay un plano situacional por ahí. Está todo, o casi todo. Falta miguelón, rous, hare, el clip, cillero, galego, quetes, el galés y otros. No menos importantes. No tengo memoria.
En un mes estaré viviendo en un piso compartido o con mis padres. Tal cual. O no. No lo sé. Out of band: fuera de esta casa.
El peor de los momentos es a veces lo único que vale la pena recordar.
El mundo parecía mejor, porque sabíamos menos. Eso no es negativo, ahora tenemos un conocimiento más cierto del mundo. De acuerdo, es más feo: pero es más real. Mientras tanto han pasado cosas que recuerdo porque están escritas. Aprendí algo de wordpress, algo de linux, algo de muchas cosas, mucho de nada. Era lo que quería. Luego se me olvidaron. También lo quería. Fui delegado sindical y lo soy, eso es algo que me llena bastante. Supongo que es la típica revisión de fin de año, que me llega tarde. El caso es que todo está donde está, y todo es culpa mía. De eso estoy bastante orgulloso.
No pude estar a la altura del bicho.