Estuve una temporada imponiéndome no parar. Caminar, curro, juego, caminar de nuevo, preparar cena y comida del día siguiente, recogidas varias y a sobar. No tenía tiempo para nada más.
Ahora no me impongo nada. Llego del curro, siesteo, echo un rato en el juego, me da pereza caminar, cocino, escribo, miro por la terraza al infinito mientras atardece, toco la guitarra sentado en el suelo intentando recordar acordes y melodías.
Antes cundía. No sé cómo ni por qué. Ahora me aterroriza la velocidad.