El portátil echa fuego por sus bocas, aunque es más pavoneo que otra cosa. Está procesando texto. En él unos cuantos poemas, dedos sin puntos y con apenas comas, sin mayúsculas, fragmentos pequeños y maleables de días normales. Lupas puntuales de aberraciones cromáticas. Hace mucho tiempo que ya no sé para qué escribo. Lo curioso es que, siendo así, al hacerlo descubro recompensas desconocidas casi cada día. Ya no sé para qué escribo (vender un libro, ganar un premio, contar una historia en concreto), pero me gratifica (hilos que existen y me interesan por ellos mismos).
Me rasco la barbilla bajo la barba, me meto el pelo detrás de las orejas. Pongo la espalda recta, estiro las muñecas.
no pasa nadie
no pasa nada