Sucede algo también, y eso no es tan bueno como lo de caminar, después de la cuarta cerveza. Lo que sucede es que todo encaja (aunque nada lo haga), todo tiene sentido (aunque todo siga sin tenerlo), todo funciona. Me recuerdo a mí mismo sacando un cigarro del paquete, poniéndomelo en los labios, encendiéndolo con el clipper. Sucede que si hace sol y puedo salir a la terraza y dejar que me caliente, con el litro en una mano y el cigarro en la otra, todo significa algo de repente y no se pierde, no se vacía respirando una vez más. Y sucede que eso es un sucedáneo pero, en algunas ocasiones, un sucedáneo es algo y lo demás no tanto.
Sentirse vivo es un asunto puramente mental. Sucede que ya no soy un crío y estoy mucho mejor sin beber y sin fumar, pero recuerdo aquello. El sol en la terraza, la guitarra, berridos. El día a día es otra cosa mucho más regular, pero recuerdo aquello.
Cuando, sin ir a ninguna parte y sin mucha esperanza de hacerlo, unas cervezas y unos cigarros y la guitarra y algunas canciones me convertían en algo que no tiene más recorrido que el momento. Lo comprendo. Lo comprendo de verdad. Pero es que eso funcionaba bien. No salía de mi casa, nadie entraba, no abrazaba a nadie ni nadie me abrazaba, pero joder, aquello. Joder las ganas.
No es algo que pueda seguir funcionando, mejoras físicas aparte. Aquello era entonces y lo era todo, aunque no era nada. Todos y cada uno, en algún momento, dejamos de ser tan inocentes y lo sabemos. Pero el recuerdo.