Era tarde y hacía frío. Me había quedado en calzoncillos y camiseta, abrazándome mientras miraba por la ventana. Ahí fuera la soledad tenía puertas que la incomunicaban y el mundo reificado de los humanos tosía, se resfriaba, se recogía en sus casas, convertido en una sucesión infinita de burbujas estancas.