No quedaban salidas.
Ni puertas ni ventanas
ni pequeñas vías de escape
ocultas detrás
de muebles que no se han movido en años.
Todo se había cristalizado.
Había dejado de ser plástico, de moverse,
de cambiar con los días, de abrirse
a nuevas formas de estar entre las cosas.
Yo me preguntaba cómo
había podido no darme cuenta de nada.
¿Dónde había estado yo mientras tanto?
¿En qué había estado metido para no reparar en ello?
Me preguntaba si habría algún modo de revertirlo,
de ablandar la estructura con
movimientos constantes y mecánicos
hasta volver el cuero blando,
los días elásticos.
Me preguntaba si había
olvidado algo o si era más drástico,
si había perdido la visión
del ojo que no reconoce lo que ve,
que averigua leyendo pistas
la realidad que se escribe
mientras se percibe.
Tenía hambre. Eso tendría
que bastar
como comienzo.
Era algo.