(Otra vez el I can’t help, esta vez con Carol)
Tengo 45 años. Son unos cuantos. Llevo desde 2003 con esto. Hace de eso 17 años.
17 años.
No son tantos. ¿Empecé el museo con 28?
La vida no parece ir de saber de qué va esto. De hecho, cuanto más parece que se sabe de lo que va peor va. La gente se enfada más.
Esta mañana, caminando, he visto un pajarín. Un crío. El cadáver reciente de otro a su lado. El bicho no sabía de qué iba la historia, porque estaba confiado.
Me he ido. Me ha costado.
¿Cómo mantenerlo lejos del gato de la vecina si me lo traía a casa? (Vivo en un ático, el gato salta de uno en otro, si cierro las puertas lo mato por el calor, si las abro lo mato por el gato, ¿lo meto en la nevera?) Me he equivocado. Mañana iré a certificar mi error.
A estas alturas estará muerto ya.
Somos afortunados. Creo.
No sé cómo explicar todo esto.
Me pregunto cómo habrá ido el día quince, como mucho, de su vida. Y no quiero preguntármelo.
Pasé a su lado y no huía. Estaba pidiendo ayuda.
Joder.
La naturaleza no es una tipa hermosa que cuida de los suyos. No es eso. Es todo menos eso.
He estado caminando por la tarde. Todo bullía. Los cardos, las amapolas, el trigo. La historia que se cuenta, mientras lo hace, es la de los que sobreviven.
Tan espectacular y asqueroso como eso.
(Mañana volveré a pasar y buscaré sus restos, lo más que puedo hacer es darle algún tipo de despedida).
Voy a abrir una cerveza.
Me tiltea mucho todo esto.
Me arrepiento de no haberlo cogido. Pobrecito. Lo siento.
Al final la derrota es lo que queda. Pero podría haberlo cambiado un rato.
(¿Habría sido capaz de capturarlo?)