Se habla de riesgos cuando de un problema conocemos bien su origen, sus probabilidades de existencia y la cuantía de los daños que nos puede causar. Es el caso de un incendio, un accidente de tráfico, aéreo o laboral, incluso las enfermedades más corrientes. Situaciones para las que los aseguradores privados ofrecen sus servicios porque cuentan con estimaciones de probabilidades y de daños potenciales.
Pero existen variadas situaciones que no son de riesgo sino de incertidumbre. En ellas es frecuente no contar aún con una cabal explicación científica o racional sobre sus causas, o sobre sus probabilidades (se habla entonces de cisnes negros) de origen o expansión y, menos aún, sobre el volumen de daños potenciales (aunque suelan ser monumentales). En estos casos las compañías aseguradoras no quieren saber nada y solo el Estado estará allí (si no lo hemos tirado por el fregadero) para protegernos.