Quería contar tres cosas hoy aquí, pero no doy con el modo. O me suena tonto o me suena pretencioso o no me suena. Las tres son:
Una, que caminar antes de entrar al trabajo es estimulante. Esta zona de pueblos pequeños no reifica lo suficiente como para que pierdas el contacto con la naturaleza, lo intenta pero no cubre todas las grietas. Las aceras terminan de repente en un camino de tierra, los parques en una colina. La realidad urbana no es consistente y la inmersión se derrumba. El resultado es una cosa mixta, te sientes en pero a cubierto, esquivando miedos (no es como estar en mitad de la selva, en lo bueno y en lo estúpido).
Dos, que la gente es idiota (no hay motivos para excluirme —punto— y sin embargo). ¿Son importantes los detalles, los casos concretos? No tengo ni idea, pero no merece la pena entrar por esa puerta, ahí dentro sólo hay barro.
Tres, que con la extracción de los dientes y la progresiva desaparición de la mierda que generaba la Oculta Muela Negra en las zonas del paladar y alrededores parece que estoy desarrollando superpoderes: esta mañana he tenido que dejar de fregar una sartén porque la mezcla de olor a huevo y a metálico me ha golpeado duro y no he podido con el ascazo.