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de bases de datos

En la base de datos mysql se almacena todo el texto del blog en wordpress. No sé si es importante conservarlo o no, pero a estas alturas contiene quince años de ralladuras del limón que me serían imposibles de rehacer si se perdieran.

Lo que sigue a continuación sólo os servirá si podéis abrir y utilizar un terminal en el servidor donde tengáis alojada la web.

Si no la opción más sencilla es updraftplus, en su versión gratuita, para hacer un respaldo en dropbox o google drive.

Lo primero que haremos será establecer una tarea para que el servidor haga una copia de seguridad diaria de la base de datos. Para conservar las de dos días, crearemos otra para que primero renombre la de ayer. Abrimos crontab:

$ crontab -e

Y añadimos lo que necesitamos:

14 04 * * * sudo mv /direccionlocal/museo.sql /direccionlocal/museo-old.sql
15 04 * * * mysqldump -uusuario -pcontraseña basededatos > /direccionlocal/museo.sql

A las cuatro y catorce de la madrugada de cualquier día cambia el nombre de museo.sql a museo-old.sql. A y quince hace una copia de seguridad de la base de datos y la guarda como museo.sql.

Ya tenemos los archivos, pero ahora mismo están en la misma máquina que la base de datos. Eso no es muy seguro.

Por un lado, vamos a enviarlos a otro servidor al que tengamos acceso (en mi caso, a la raspi donde está r4sp1.nl). Añadiremos dos lineas más a crontab:

16 04 * * * scp /carpeta/museo-old.sql  usuarioremoto@direccionremota:/ubicacionremota
17 04 * * * scp /carpeta/museo.sql  usuarioremoto@direccionremota:/ubicacionremota

Tendréis que cambiar la ubicación de la copia de la base de datos a la izquierda, poner el nombre de usuario del servidor remoto, la ip, y tras los dos puntos la ubicación dentro del server remoto en el que queréis que se guarde.

Y para más seguridad, vamos a subirlo también a una cuenta de mega. Podéis descargar el cmd para mega desde su web o copiar el repositorio con git desde github. Lo instalamos, entramos en el cmd con

$ mega-cmd

Nos identificamos con «login» y nuestra cuenta

login email contraseña

y creamos una sincronización con

sync carpeta_local carpeta_remota

la vecina

Esta casa, en la que un ático modesto pero espectacular recorre el salón, el dormitorio y la cocina, no es la casa que fue el K2, en Sanse. Aquella era una ruidosa. Lo tenía fácil de algún modo, porque no había otro apartamento en aquel bajo, la gente empezaba a apiñarse en las plantas por encima de mí, pero en mi nivel estaba solo.

El ático, ahora, tiene unos quince metros cuadrados. No es demasiado, pero cuando la casa tiene treinta escasos por simple comparación es enorme.

Era ruidosa la casa de Sanse por mi parte, quiero decir. Yo era el culpable indirecto de gran parte del volumen. Aquella era, de un modo que sólo ahora puedo recordar con cariño, una casa pública. Podía estar muriéndome de asco un martes a las nueve de la noche, tumbado en el sofá viendo cualquier mierda en la tele y preguntándome cómo cocinar unos pepinillos con un trozo mohoso de queso para hacerme algo parecido a una cena (y eso mucho antes de masterchef), y a las nueve y media estar poniendo música para doce invitados de los cuales conocía, con suerte, a uno. Hubo semanas en las que no pasé dos días seguidos con la misma gente. Y eso sin salir de mi propio salón. Yo era el único que inducía semejante nivel de disrupción en el bloque, seguido muy de lejos por el publicista cocainómano del tercero. En cierto modo a él le echo un poco de menos. No para todos los días, tampoco para todos los meses, pero sí para de cuando en cuando.

Me vine a vivir a Ajalvir porque el curro me pillaba al lado y, sobre todo, porque llegué a aborrecer toda aquella vida desbordada. Entendía, creo, lo que significaba realmente tener una vida de ese modo, la suerte que supone, pero todo tiene su puntito de saturación. Durante la primera semana me pude leer todos los libros que, por aquel entonces, habían salido de Juego de Tronos. Del tirón. Sin interrupciones. Me pareció mágico. Unas cervezas en la mesilla de noche, la cama, los libros, y a leer sin parar.

El sábado pasado di una cena. Puedo contar con mis dedos, sin necesidad de aportar apéndices extra, las veces que lo he hecho en lo que próximamente serán ocho años como ermitaño.

A las doce en punto, ni un minuto después, oigo como llaman a la puerta. Pero no al timbre. Con los nudillos en el cutre contrachapado. Como diciendo «no puedo hacer más ruido que éste, no son horas de utilizar el timbre». La experiencia me ha enseñado que a gente así hay que ignorarla, y como era el único que podía haberlo oído (estaba en el pc de sobremesa del dormitorio alimentando de juegos la raspi con batocera del salón, los demás estaban allí jugando), lo hice un par de veces. A la tercera abrí.

«Perdona, sé que estas paredes son de papel, pero mañana curro temprano y no me dejáis dormir». La vecina, su dormitorio está justo al lado de mi salón.

Me hizo acordarme de cosas, pero cuando miré alrededor… dos parejas, charlando. Eso era todo. Nadie quitándose el sujetador en el baño y entrando en el salón ululando y pidiendo guerra, nadie aporreando una guitarra con la intención de reventarse los dedos, nadie que se acaba de acordar de que lleva un cd (soy anciano) en el abrigo que le gustaría escuchar a todo volumen. Sólo dos parejas. Jugando a un juego de mesa.

Le dije que lo sentía y que bajaríamos el volumen. Durante las tres horas siguientes me convertí en el censor supremo del ruido y no permití que nadie hablara más que en susurros. Fue difícil, porque en este mundo idiota que vivimos los invitados querían librar las batallas que no se atreven a librar en sus propios barrios. Es fácil luchar fuera de tu territorio, cuando las bajas no van a ser las tuyas.

Pero me prometí que cuando me la encontrara le iba a decir un par de cosas acerca de mis costumbres. Y hoy me la he encontrado en el garaje.

—Lo siento, es que no podía dormir.

Retumbaban en mi cabeza los argumentos de mis invitados. Eran las doce, decían, las doce en punto. No estábamos gritando. Estábamos hablando. Ponte unos cascos. Vete a dormir al salón. Llama a la policía a ver si estamos haciendo tanto ruido. Quería estar en pie de guerra.

Pero no pude responder nada. Supongo que porque ya no soy el mismo tipo que fui una vez, y eso es una pena y una virtud a partes iguales, probablemente.

No pude responder mucho. Le dije que lo comprendía.

Al coincidir en el ascensor me fui por las escaleras, con la idea de excusarme recogiendo el correo. Lo recogí, vi que el ascensor no estaba en funcionamiento y lo cogí. Me la encontré arriba, con el correo asomando en mi mano derecha.

Sonrió. Sonreí. Quería que todo terminase rápido.

—Lo siento, de verdad. Ya sé que te lo he dicho antes.
—Ya, yo lo siento también.

Estaba cansado. Tenía que hacerme unas judías verdes para el día siguiente. Quería tomar litros y litros de cerveza. Quería escribir. Quería salir inmediatamente de allí. Quería salir de esa situación de inmediato.

Seguramente perdí en el proceso. Pero quería ganar aquello. Me siento feliz e idiota al mismo tiempo. Ven a verme en fin de año. En medio de esa celebración idiota tendré tiempo para pelear de sobra. Te estaré esperando entonces. No ahora.

Al final, lo connatural es perder.

lo que nunca

Dormida. Estás dormida y no me atrevo a despertarte. Y no lo hago por muchos motivos, aunque ninguno de ellos tiene sentido. Por un lado me gustaría que siguieras así (pero un poco también quiero que despiertes), por otro no quiero que descubras donde estamos. Tampoco quiero que estés donde estamos, si puedo evitarlo.

Menuda estupidez.

Y ayer, con todo el lío, no me atreví a decirte que todo estaba bien. Me lo preguntaste directamente. Me miraste a los ojos y me dijiste «eh, ¿va todo bien?», y para qué complicarse. Para qué hacerse ideas equivocadas sobre desilusiones complicadas. Para que seguir oteando el horizonte cuando no hay. Sigo diciendo un montón de tonterías sobre todo lo que sucede. No puedo hacer mucho más.

Dejamos los ciclomotores en el aparcamiento, no estarán allí cuando volvamos. Lo sabíamos y nos daba igual. Al fin y al cabo, para cuando regresemos serán otras cosas las que nos importen. Si hay alguien que se oponga que los coja. Que rompa los candados, que los robe. Tarde o temprano lo harán unos u otros. Yo soy un regalo para ti, tú eres un regalo para mí. Pues eso.

Hace tiempo que no.

He encendido una vela. Está prohibido, y con razón. Consume oxígeno. Pero me parecía bien hacerlo. Pensé que era lo correcto. Miro la llama titilar y me siento bien. Odio estar haciendo esto. Odio estar aquí, odio no ser capaz de hacer lo mismo en cualquier otra parte. Odio necesitar esto. Odio necesitarlo tanto que no puedo imaginarme lo mismo en otra situación. Y, por si fuera poco, odio odiar esto.

Es una opción, joder.

Lo demás es basura.

El orbital está justo delante. Desde el amplio ventanal de la derecha se puede ver perfectamente. Tendría que sentirme pleno, pero no lo hago. Vete tú a saber por qué. La vida es injusta, y eso la hace poética. Si no fuera tan difícil la poesía estaría en otra parte. Eso tengo que recordarlo para más adelante. Al final no hubo regalos, ni nada, nadie tenía nada que darnos que pudiéramos llevar. Al final no hubo nada. Vaya, el camino está despejado. Es tiempo para que los que pueden hacer hagan. Eso llena cualquier conciencia. Eso las llena completamente. Era más fácil antes.

Cuando no éramos nada, ni teníamos que ganarnos la vida de ningún modo. Pero todo se acaba, y al final no pude seguir amándote sin más. Sólo eso, amándote. No es suficiente. Es una mierda. Todo el mundo se ama, no es nada especial. No es nada que te haga diferente. Uno tiene que amarse en privado, mientras hace otras cosas. Mientras lo demás está cubierto.

Amarse no es suficiente.

Vivíamos en los parques. Quedábamos, nos dábamos algunos besos. Nos frotábamos un poco. Reíamos hablando de cosas. ¿Dé qué? Ya no puedo saberlo, ahora estamos aquí. Lo único importante éramos tú y yo, el tiempo que vivíamos juntos. Eso ya no importa demasiado, hay otras cosas por delante. Me sigo preguntando por qué eso no era bastante. Por qué no era suficiente.

Maduramos, y ya no podíamos seguir como hasta entonces. Bien. Es un paso natural. No hay mucho más que pensar. Ahora hay otras cosas en juego.

No había demasiadas opciones ahí abajo, así que nos fuimos arriba. Sobreviviríamos o no, pero ya no estaríamos donde antes, con mi cabeza entre tus piernas mientras me acariciabas el pelo y nos preguntábamos qué haríamos cuando todo empezase. Todo pura promesa.

No, no quiero que despiertes. Ahora estamos aquí. Nos asignarán turnos, haremos cosas. Nos reuniremos al final del día para darnos besos, compraremos comida. Cosas. Seremos lo que tenemos que ser. Y todo habrá cambiado y ya no seremos nada de aquello.

Ahora no podremos estar juntos sin más, será una tarea residual para el final del día.

No. No quiero que despiertes. No quiero que estés aquí. Cuando lo hagas será de una vez y para siempre. Me hago la estúpida idea de que, mientras no lo hagas, una parte de nosotros seguirá ahí abajo. Bien, mal, independiente, indiferente, me da igual. Teníamos algo. Sería mucho o poco o no sería nada, pero era algo nuestro.

En el fondo es bonito, supongo. Nos encontraremos en el cubículo y nos contaremos lo que hemos hecho a lo largo del día y. Y.

El tipo de al lado tiene un ataque de tos. Alguien de la tripulación le trae un caramelo. El tipo lo chupa mientras tose y todo queda bastante ridículo. Un par de críos han vomitado sobre el pasillo y el olor ácido se extiende por todas partes. Sujeta el caramelo entre los dientes mientras tose.

Intento aferrar el momento con fuerza. Tanto que se detenga, que no avance, que todo esto se convierta en un momento fotografiado en mi cabeza del que no se pueda salir. Una caja cerrada perfecta. Pero de todo se sale, todo termina en el momento siguiente. Te estás despertando, así que te acaricio la cabeza y te susurro «ssh, está bien, duerme», y me aseguro de que sigas dormida.

Es imposible. Es realmente imposible, da igual lo que haga. Miro hacia la ventana y me digo que quizá sea mejor, pero no tengo argumentos. No los tengo. Me gustaría dormirme, como tú. Pero entonces no quedaría nadie para vivir esto, para que todo lleve su tiempo justo. Para… bueno, para que todo sea más que un despertar repentino en medio de una nueva vida. Para contenerlo un poco.

Yo soy testigo.

La nueva vida. Soy como un guardián impotente que vigila lo que no puede dejar de pasar. Cuando no puedo evitarlo más te despierto, y somnolienta me das un beso que sabe a victoria, a estar vivo. Sabe a vida. Me obligo a vivir eso.

Te abrazo y nos preparamos para tomar tierra, me sonríes. Yo te devuelvo la sonrisa.