El sábado di una cena en casa. En realidad el plan era pedir comida a domicilio, pero me levanté con una de esas extrañas epifanías que son la sal de la vida.
Quería hacer una sopa como las japonesas, en las que los ingredientes no están sopeados. SOPEADOS. Es decir, cocidos hasta casi deshacerse, el caldo turbio por los restos. No quería hacer una sopa japonesa, sólo utilizar la técnica.
Compré una bolsa de verduras ya cortadas en juliana. Puerro, apio, zanahoria, repollo, cosas así. Lo cocí en algo más de un litro de agua durante una hora. Retiré la verdura.
Compré niscalos, setas de cardo y esas grises que están en todas partes, y las bañé por separado cinco minutos cada una en el caldo aun hiriviendo ligeramente. Después las corte según la forma y las hice a la plancha con ajo, cada tipo por separado. Cocí pasta con forma de caracoles enormes.
Por otro lado cocí medio brocolí y media coliflor en poca agua, dejándolas algo duras. Las rebocé en huevo y harina después de cortarlas en arbolitos pequeños.
Preparé mojo rojo, mojo verde y compré tahini, soja y teriyaki.
Por otra parte hice también a la plancha con ajo champiñones portobello cortados en dos trozos, y estuve pochando dos cebollas blancas durante casi una hora a fuego muy bajo. Después eché dos cucharadas soperas de azúcar y la caramelicé.
Freí patatas para hacer una tortilla, y cuando estuvieron en su punto las mezclé con los huevos, la cebolla caramelizada, el champiñón portobello y queso de cabra y lo cuajé.
Así que quedó algo así:
Sopa al gusto con pasta, tres setas y verduras.
Brocolí y coliflor rebozadas a las cinco salsas.
Tortilla de patata, cebolla caramelizada, rulo de cabra y champiñón portobello.
No sobró casi nada. Comieron mucho más de lo que esperaba. Fueron casi seis horas cocinando, así que eso siempre se agradece un montón.