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hablar

Perdón por eso,

perdón por vivir cada día así.

Quizá estoy perdiendo el norte o algo, quizá estoy olvidando dónde estaban las cosas que había que vivir,
pero es que no hay excusa cuando no hay norte, ni algo,
ni destino final, ni localización perfecta donde empezar
y quizá

sólo quizá

es que me agarro a donde no debo.

Quizá es que marco una señalización, una baliza

donde no debo.

En cualquier caso, perdón por tu oquedad
o por mi fijación en ella.

Perdón por encontrar un lugar cercano remoto donde lo que significa significa algo.

Perdón por todo, entonces, por las noches de cenicero en una casa desastre que se
va al carajo, donde me levantaré mañana yéndome al carajo.

Supongo que al carajo.

Perdón por mirarte, perdón porque estoy a gusto aquí.

No parece importarte mucho, la verdad.

En cualquier caso perdón, te preocupe o no. Quizá tengamos mañana que centrarnos
en lo que debemos centrarnos, en el pan y el algo y en tener para comer.

Pero hoy, por hoy,
parece más apetecible detenerme aquí,
darte un beso,
dejar que las cosas se enfríen y se calienten mientras,
como siempre,
todo y cada cosa se va a la mierda y yo estoy aquí,
entre tus labios,
mientras todo se va sumariamente al carajo gracias a la entropía y a lo malditamente
idiotas que,
regularmente,
somos todos.

Perdón, digo, por todo.
No parece importarte demasiado.

No parece.

No me engañas.

Sabes perfectamente.

Quizá no, ¿quién sabe?
No se si sabes tú o si sé yo de qué coño estamos hablando.

En fin.
Tengámoslo claro.

imprecisión

1.

El mundo es mundo desde que el mundo es mundo, eso no tiene mucha más explicación porque es hueco, se puede decir de casi todo. Como «eres la mejor persona que puedes ser». Eres la grandísima mierda más grande que puedas llegar a ser nunca, pero no dejes de intentar serlo aún más y mejor. El espejo es un elefante dormido que refleja mi imagen deformada entre ronquidos brutales, y ridiculiza mi cara con el cepillo de dientes metido en la boca mientras chorretes blancos y azules caen de las comisuras de mi boca a la barbilla. Intento no vomitar evocando el dolor de un espejo que lleva años y años retransmitiendo una realidad soporífera y adocenada, alegre, triste y enfermiza al mismo tiempo mientras todo va sucediendo sin que importe demasiado.

Podíamos haber intentado dejar todo eso de lado, conseguir una cama en alguna parte y mudarnos sin dudarlo, pero era demasiado complicado, mejor seguir vegetando en un mundo que es mundo desde que el mundo es mundo. Simpático.

Rob entra por la puerta como en una mala comedia excepto las risas de lata, un poco más tarde dirá su frase. Entra por la puerta sonriendo porque es su forma de hacer las cosas y se tira sobre la cama. «Eh, tío», dice, «tenemos todo el tiempo del mundo, pero no te quedes a vivir ahí, ¿eh?»

Todo el tiempo del mundo para qué, me pregunto. Para qué hoy.

Yo estoy gordo como un tobillo tumefacto y tengo silencios por todas partes, preocupado e indiferente a partes iguales en el pulsar de los días que transcurren sin preguntarse a dónde. Termino con el asunto de los dientes y pido un comodín de desayuno. Logro meterme dentro algo de café y media tostada con aceite mientras me ato las zapatillas y me siento pesado y plomizo sobre la silla.

«¿Habéis terminado?», le digo. «Claro, tienes que verlo». Por supuesto, tengo que hacerlo. Somos gente de palabra, ellos, yo y todos nosotros. Somos gente que cumple lo que promete y que jamás olvida prometer lo que cumple.

Buena gente.

Se me duerme el pié. Me pregunto para qué todo, como casi todo el tiempo. No es una pregunta que esconda nada detrás, no sueño con cuchillas, es simplemente una pregunta. Uno consigue, con el tiempo y con un esfuerzo brutal, no necesitar la respuesta a eso para mantenerse despierto y en movimiento. Termino el café y abro una cerveza. Le paso una a Roberto. Están frías, así que se me olvida el resto. Bah, ya estaba medio olvidado en todo caso.

«Nos ha costado un huevo, tío, pero ya está. Velas, alfombras, toda la parafernalia, va a ser bonito». Bien. No, bien no, pero bueno. No bien del todo, bastante bien. La cerveza sabe seca, como si hubieran olvidado remojar lo importante. La cerveza raspa mi garganta dolorida por los ronquidos y escarba hacia abajo camino al estómago. Demasiado esfuerzo para tan poco, en serio.

Salimos a la calle atravesando la puerta e intentando no dejar nada de nosotros en el portal. Llevo casi cinco años en esas cuatro paredes y no conozco a nadie, los vecinos son un asunto necesario pero disimulable. Seguramente haya buena gente ahí, en sus cuatro paredes, haciendo sus cosas. Bajando bragas y calzoncillos en el anonimato de la noche mientras las facturas de la luz reposan en el vacía-bolsillos de la entrada, justo al lado de las llaves que cercan el mundo fuera. Buena gente haciendo sus cosas sin levantar con ello demasiado ruido. Entrando, saliendo, comiendo, eructando, cagando, pasando el día en sus vidas. La mayor constancia que tengo de su existencia son los letreritos personalizados de las casillas de buzón y algún encuentro casual en la escalera. Hola, hola, la puerta no funciona, tira fuerte o no cierra, gracias, lo haré. Ese tipo genial de cosas.

Existe al menos una forma mucho más positiva de encarar todo esto, soy consciente del mismo modo que lo he sido siempre, pero uno termina cansándose de pelear constantemente a la contra. Hay metáforas sobresalientes sobre eso, puedes hablar de salmones y la corriente y los pequeños saltos de agua que hay que remontar para llegar arriba, desovar, eyacular y morir rápido antes de que seas consciente. Consciente de que todo ese jodido esfuerzo que te ha llevado finalmente ahí arriba ha sido justo la cosa que ha terminado matándote. Ese tipo de narrativas mentirosas te mantienen planchado, almidonado, sin fisuras y sonriente.

Eso ya pasó hace tiempo, creo que afortunadamente.

En la calle el calor te atraviesa, te da la vuelta, te mastica un rato sin ganas y después te escupe sin mucho esfuerzo, el calor cuando es bestial no puede evitar agotarse a sí mismo. Rob camina a mi lado como si la vida fuera una cosa maravillosa, y no niego que no sea un buen refuerzo. Está bien tenerle cerca en días como hoy. Tengo sed, una sed infinita que nace en el cerebro y se extiende por el cuerpo en forma de plaga.

El garito está tres calles más abajo, así que nos metemos dentro aspirando la totalidad del aire acondicionado y subiendo diez grados la temperatura ambiente. Me acerco a la barra y pido una cerveza y sonrío al dueño, que es un buen tipo. Me enseña los resultados finales del cartel y me jode un poco, deberían llevar puestos varios días por las calles si queremos que se entere alguien de que tocamos aquí hoy.

El tipo sonríe expectante, le digo que me molan. Me dice que podemos empezar a colocar los instrumentos y que a la una tenemos que haber terminado, por las comidas. Me la pela de un modo infinito, pero no con mala leche u odio o cualquier otra cosa parecida, sino con hastío de años. Años de días y días más o menos como este. De indicaciones parecidas en situaciones semejantes, paralelas, yo qué sé. Tengo más sed y el tipo se da cuenta y me saca otra cerveza. Me la llevo a los cuatro palés que harán hoy de escenario. Todavía no ha llegado nadie, pero saco la guitarra para que Rob pueda ecualizarme un poquito. Y toco.

Toco.

Madera y mierda en los dedos, cuerdas metálicas. Algo de barniz, cola, cosas así. Una guitarra no es nada del otro mundo, es muy de este. Remaches, maquinarias, mierdas de ese estilo. Pero cuando la aporreas, la rasgas, la golpeas y salta, el resultado es bien diferente. Nunca he terminado de comprender eso del todo. En mi caso particular es de las pocas cosas que consiguen desconectar el interruptor de mi cabeza que es el responsable de que todo ande bien jodido casi todo el tiempo, en este mundo que es mundo desde que el mundo es mundo y soy el mejor tipo que puedo llegar a ser.

2.

Hemos terminado comiendo allí. Rob, Fran el bajo y yo. Falta el tipo de la percusión, que siempre termina llegando como los cumpleaños, con regularidad matemática. No importa enervarse, impacientarse, gritar, saltar, intentar adelantarlo, el tipo al final llega cuando debe llegar. Hemos tomado océanos de vino con gaseosa porque los menús son así y tienen eso. Estamos un poco pedos y acompaño a Rob a fumarse un porro fuera, donde el calor nos recibe con los brazos abiertos y los dientes afilados y listos. Encontramos una sombra donde algún extremófilo puede que fuera capaz de desarrollarse un par de generaciones antes de extinguirse y Rob le da a las piedras.

Tengo ganas de gritar. Pero no por nada en concreto, tengo simplemente ganas de gritar de ganas de gritar. Me relajo viéndole meter el humo dentro y expelerlo fuera. Dentro, fuera. Dentro, fuera. Precioso. Sudo como un queso jodido. Conversamos sobre nada poniéndole mucho empeño. Algunos acordes que no terminan de encajar, dice él, algunos acordes que no encajan porque si lo hicieran todo sería demasiado confortable, le respondo. Siempre es la misma conversación al fin y al cabo. Que si comercial, que si no, que si el público, que si el público no importa una mierda. Cómo que el público no importa una mierda. Que no, que no importa una mierda en eso. No puedes pasar de la gente que te escucha, tío. Tienes razón, Rob, no puedo y no paso en absoluto. Lo que no puedo hacer es darles lo que piden, quiero darles lo que yo creo que es importante que reciban. Eres un mierda presuntuoso. Seh, lo soy. Puede ser, pero te juro que ellos sólo quieren venir aquí esta tarde y escuchar un poco más de lo mismo, que les dé la tranquilidad de que todo sigue milimétricamente en su sitio. Pero no hay nada en su jodido sitio. ¿Qué vas, a salvar el mundo ahora? Bah, no tengo ni una puta gana, tío. Ni una. Pero al menos no voy a ser yo quien les dé su ración de alpiste diaria. Si quieren confort, que enchufen la radio.

3.

Media hora antes de empezar llega el tipo de la percusión. Un tipo grande. No físicamente, pero sí grande de un modo que no conseguiría imitar ni en un millón de años en un curso intensivo. Un enorme muelle tenso, un resorte frenado a punto de soltarse cada segundo. Delgado, fibroso, activo, mortal de necesidad. Tipos como ese, mal enfocados, han conseguido todo lo que merece la pena de la humanidad para destrozarlo el minuto siguiente, y, siendo justo, también al revés. Me impresiona la cantidad de energía potencial que muestra en cada paso mientras se acerca al escenario. Dios, este tipo podría acabar con una gacela del Serengeti sin ni tan siquiera darse cuenta de lo que ha hecho. Un segundo y fin de la historia. Otro segundo y otra historia. Adiós y hola en rápida sucesión. Esa energía que les hace acechar todo el tiempo, examinando el mundo circundante en un acto reflejo que les hace extraer toda la información, procesarla y ser conscientes de cada posible movimiento. Una vez todo controlado, el flujo de energía detrás apoyando lo necesario sin vacilación. El poder del instinto en estado natural.

Abre una cerveza y mira alrededor, conozco esa cabeza y casi puedo leer sus pensamientos de forma más clara que él mismo, al fin y al cabo él está atrapado en la inmediatez y yo no. Se acerca, monta los cacharros, sonríe, se agacha para recoger una moneda que Rob acaba de perder y la atrapa antes de que llegue al suelo.

Impresionante.

«Eh, hola».

No esperaba esto.

Nah, no podía esperarlo.

Acabo de tirarme un tercio por el pecho, lo cual supongo que está bien como elemento de refuerzo inicial.

Supongo que, al menos, es sincero.

Hola, ¿qué tal? No tenía ni idea de que fueras a venir. Yo tampoco. Eso está bien. Seh. Churros apestando en el garito como si hubiera habido una invasión extraterrestre cañí. Tengo que seguir a lo mío. Comprendo, voy a por una cerveza.

Todo listo.

4.

Casi todo es mentira, eso es algo que no deberíamos perder de vista. Aún así, el hecho de que todo o casi todo lo sea no es algo que implique que todo sea una mierda: todo es una mierda por diferentes razones a la mentira. La mentira mueve la representación, el egoísmo mueve la mierda. El bicho humano cuenta cuentos desde que apareció el uso del lenguaje, y en esos cuentos utiliza la mentira para crear una narrativa que nos mantenga más o menos en pié en un universo realmente desolador. La mentira, desde ese punto de vista, no es más que una selección de lo que consideramos interesante en un momento dado para realzarlo permitiéndole cubrir la mierda que nos rodea. El mundo, desde que el mundo es mundo, es cruel e hijo de puta, y sólo busca que nos mantengamos alerta para evitar nuestra propia destrucción a manos del resto de usuarios del sistema.

La vida es boca, tubo, ano. Cualquier bicho que rastrees más allá de las plantas (y con matices) tiene esos tres elementos básicos: ingiero cosas, las proceso y excreto lo que no necesito. Comida, digestión, mierda. Boca, tubo, ano. El tubo se dilata en el estómago para retener los nutrientes mientras son minados. El resto es narrativa, porque lo que sucede es alimento en la boca, proceso en el estómago, mierda en las tripas.

Casi todo lo demás son aditamentos y son mentira, pero son en cierto modo necesarios en cuanto representación que transforma. Necesitamos que nos cuenten cuentos que transformen el sentido de nuestra vida. Necesitamos alguna idea del principio y el fin de lo que hacemos, como si lo que hacemos estuviera escrito en alguna parte y fuera necesario para algo. Comprendo el porqué, pero no termino de aprehender las ganas de seguir construyendo tanto andamio.

La música es mentira. Una mentira hermosa, hermosa selección de cosas que se destacan sobre el fondo de mierda que rodea lo que es. No siento lo que toco, o no tiene por qué, lo sentí cuando compuse la canción. El recuerdo trabaja duro sobre lo que fue para hacer algo digno de ello. El resto del tiempo represento que todo sigue siendo del mismo modo que entonces.

5.

—Ha estado bien.

—Soy consciente.

—Jodido cabrón.

—Bien jodido.

Terminamos de recoger y de meter todo en el coche. Yo no tengo muchas ganas, pero le pongo impulso porque no quiero tener tiempo disponible para responder preguntas. A la gente le ha gustado bastante, y suele ser así regularmente. No son idiotas, claro que no. Están idiotizados, que es una cosa bien diferente. Hacer cosas es lo más sencillo del mundo. Lo jodidamente difícil es no hacer nada de nada. Lo jodidamente complicado es mantenerse en el ámbito del pan, la luz, la carne y el pescado, recoger, ordenar, pasar la ITV como si no hubiera más mañana.

Tengo ganas de gritar, unas ganas enormes de gritar. De gritar nada, nada en concreto, sólo de berrear como un imbécil. De dar gritos, de joderme la garganta, de reventar entero como un tomate maduro. Plof.

Y ojo, no digo que nada sea superior a nada, sólo digo que me parece imposible detenerse ahí. Incluso de cuando en cuando admirable, cuando el cansancio es absoluto. Estar ahí. Detenido. Un rescate imposible del que fuimos y ya no podemos ser que nos mira con ojos activos sobre ojos cansados demasiado experimentados, aunque igualmente tontos. ¿Sabios? Nah. Agotados.

Los sabios ya no tienen cabida en este sitio, no es ya su tiempo, están desubicados.

6.

Y así fué. Así terminó siendo. Le habíamos dado duro a las cervezas, porque las cervezas son otra de las cosas que tienen el enorme poder de desenchufar mi consciencia. Ser consciente es, la mayor parte del tiempo, un puto engorro. Otra, y otra, y otra más como en aquel día en el que no podía levantarte del suelo porque yo mismo no podía tenerme en pié. Así terminó siendo. Y después de unas cuantas de más me sacaste fuera a que me diera el aire, y hacía una noche tremendamente noche, fresca, estrellada, farolada, y caminamos un rato dando tumbos hasta el parque que está fuera de la zona donde la gente vive y hace sus cosas, y y y encontramos un banco vacío y te sentaste y yo me recosté boca arriba con la cabeza en tu regazo y grité. Fuerte. Inmenso. Inútilmente.

Grité. No sé en qué estarías pensando tú, la verdad. No puedo saberlo. No sé cuánto tiempo estuve gritando, sinceramente, mientras tú me acariciabas el pelo y susurrabas palabras de consuelo. De consuelo de qué. De qué consuelo.

Pero ciertamente consolaba. O fue consolando.

Las palabras son inútiles, el consuelo no.

Qué sé yo.

La casa está bonita. Eso lo tengo claro. Buscaste las velas y las encendiste, en el pasillo, sobre un plato. Podía ir a vomitar sin encender ninguna luz.

La casa parece otra cosa, siempre que estés dentro. Tú u otra. No es poesía o algo por el estilo, nada más lejos del punto, las cosas con como son. Siempre que estés dentro parece que hace menos frío fuera. Parece que cuesta menos encontrar el sentido. Acordes disonantes. Recordatorios, piedras de toque. Mentiras hermosas, hermosísimas. Me diluyo en ti como forma estricta de disolución, no porque esta tú que tú eres sea algo en lo que merezca la pena disolverse.

Diluirse es la historia. Frío, sincero. Fuera de sí, fuera de mí.

Te levanté y saqué el par de litros que tenía en la nevera, un par de vasos limpios. Nos dedicamos a vaciar aquello en la mesa del salón, mirándonos a los ojos mientras fumábamos y la noche iba pasando dando tumbos y viajes al baño. Después te abracé y nos tumbamos en la cama, de costado, yo detrás de ti aferrando tu seno, con la nariz en tu oído.

Entonces dormimos.

Descansando.

_________________________________

Viene de aquí. Asias, Ricardo, por el recordatorio.

jump to zero

Los recursos no pertenecen a nadie.
Quien los reclama, se los apropia.
Recoge frutos que no le pertenecen
privando de ellos a quien esclaviza.

Podría hacerse de otra manera,
no digo que no.
Pero no se hace.

Nuestros salvadores son nuestros verdugos.
Es una cosa que no hay que perder de vista.

Nuestros benefactores son nuestros amos.
Es una cosa que no hay que perder de vista.

Aunque es fácil.
Es tremendamente fácil pensar
que nos dan
el pan,
el ajo,
la carne y el pescado, pero
el pan no es de nadie,
el ajo tampoco,
la carne y el pescado son de otros.

El agua fluye.
Lo que fluye no permanece en ningún sitio.
Lo que circula camina.

Se han adueñado de un campo de juego
que no puede tener nombre.

Lo tiene, a ratos,
porque andamos medianamente confundidos.

Le ponen nombre al tablero y dicen: es mío.

Genero riqueza.

Bien. Vale. Puede ser. Puede ser que sea así.
Pero yo no lo veo.

Bien. Vale. Te creo.
Pero no entiendo lo que me estás diciendo.

Tengo que creerte.
Has hecho que dependa de ello
el pan,
el ajo.

Todo por lo que existo.

Estábamos jugando a todo
lo que estaba de antemano perdido.