# perdiendo.org/museodemetralla

entraron en mi cabeza (201) | libros (20) | me lo llevo puesto (7) | pelis (2) | Renta básica (9) | series (6) | escasez (2) | frikeando (94) | arduino (1) | autoreferencial (11) | bici (1) | esperanto (4) | eve online (3) | git (2) | GNU/linux (4) | markdown (7) | nexus7 (2) | python (7) | raspberry pi (3) | vim (1) | wordpress (1) | zatchtronics (3) | hago (755) | canciones (156) | borradores (7) | cover (42) | el extremo inútil de la escoba (2) | elec (1) | GRACO (2) | guitarlele (11) | ruiditos (11) | Solenoide (1) | fotos (37) | nanowrimo (3) | novela (26) | criaturas del pantano (5) | el año que no follamos (12) | huim (5) | rehab (4) | poemas (353) | Anclajes (15) | andando (3) | B.A.R (7) | Canción de cuna para un borracho (38) | Cercos vacíos (37) | Cien puentes en la cabeza (7) | Conejo azul (6) | Contenido del juego (5) | De tiendas (3) | del pantano (3) | Destrozos (2) | Epilogo (4) | Fuegos de artificio (5) | Imposible rescate (15) | Jugando a rojo (7) | Libro del desencuentro (2) | Lo que sé de Marte (11) | Los cuentos (21) | Montaje del juego (5) | Orden de salida (4) | palitos (31) | Piernas abiertas (7) | Poemas medianos (12) | Privado de sueño (7) | rasguemas (5) | Tanto para nada (17) | Todo a 100 (2) | Uno (4) | relatos (96) | anatemas (9) | orbital (2) | prompts (8) | vindicaciones (103) | perdiendo (1.694) | atranques (1) |

welcome on board, previos (I)

Viento, espuma, cosas, vuelos. Tiempo en medio del tiempo. Tiempo en medio de la locura y de intentar aprovechar las horas de un modo inteligente. Blas está en la terraza mirando a la nada cuando nota la leve punzada mental de una intrallamada. Al mismo tiempo un breve destello azul refulge arriba a la derecha en su campo de visión, y mira hacia allí para obtener más información. Le llaman del trabajo. No puede demorarlo más, así que asiente levemente para establecer la conexión.

Y tiene enfrente la cara de Laura, preocupada.

—Buenas noches, Blas.
—Buenas noches, ¿qué tal va todo?
—Bien, dentro de lo cabe, ya sabes. Llevas una semana sin venir al trabajo.
—Ya.
—Te necesitamos aquí.
—No necesitáis a nadie. Ya no.
—Es posible, pero puede que todo sea un rumor.
—Lo es, pero no sé si tengo mucha ganas de contar con ello. Creo que quizá ha llegado el momento de utilizar el tiempo de un modo inteligente. O desesperado. No sé muy bien dónde está la diferencia en este caso.
—No te dejes llevar por el pánico, te aseguro que te necesitamos aquí.
—Puedo entenderlo, pero creo que ya no soy capaz de seguir como si nada.

Un grupo de adolescentes, abajo, en la calle, está pegando una paliza a un tipo cualquiera, mientras se ríen. Comienzan a sonar las sirenas y Blas sabe que la policía está en camino. O algún policía, al menos. O perros. Algo está encauzado a detener esa amenaza, aunque nadie parece tener muchas ganas hoy por hoy. Él sí, le gustaría bajar y echar una mano al pobre tipo, pero no se puede permitir el lujo de morir ahí, o de quedar gravemente lesionado. No es cuestión de dejarse llevar ahora mismo por ese altruismo de andar por casa. Hay altruismos mayores, de más calibre. Se tiene que obligar a quedarse en la terraza, mirando. Aferra la barandilla con fuerza e intenta centrarse de nuevo en la llamada.

—No, no voy a ser capaz, tendréis que arreglároslas sin mí.
—¿Y qué vas a hacer, quedarte en casa esperando la hora?
—No, ni de lejos. Creo que voy a ir a ofrecerme al complejo.
—Blas, tienen suficientes programadores. De hecho tienes que saber que todos los programadores son de los estados. No se pueden permitir el lujo de que alguien de fuera se encargue de algo tan delicado.
—Lo sé.
—¿Entonces?
—Entonces nada. Iré al complejo para trabajar de lo que sea, ensamblando partes del fuselaje o completando enganches. De lo que puedan darme. Cargando piezas. Lo que sea. Creo que es necesario.
—Creo que va a ser insignificante.

Vaya, ese tipo se parece mucho a su vecino, tiene que agarrar la barandilla con mucha más fuerza, hasta ver sus nudillos de color blanco.

—Hasta lo insignificante puede ser algo según qué días.
—No, lo insignificante sólo es insignificante. Sin embargo, aquí te necesitamos. El proyecto Yamato está estancado.
—Lo supongo. Lo que me extraña es que desde Yamato os estén reclamando algo.
—Pues lo hacen, y no tenemos con qué responder. Quiero que entiendas que nos enfrentamos a indemnizaciones que pueden obligarnos a cerrar por quiebra, Blas.
—Lo supongo. Dudo que puedan cobrarlas. Dudo que haya alguien que pueda hacerlo.
—Entonces… ¿crees en todo esto, realmente crees que va a pasar?
—Sí. Lo creo.
—Estás más enfermo de lo que yo pensaba.
—Mucho más, no lo dudes, pero mi reacción no tiene nada que ver con eso. Estamos a punto de irnos todos al carajo, no puedes pedirme en serio que me siga preocupando por algo tan estúpido como Yamato.
—¿Estúpido? Madre mía, es Yamato, ¡el cliente más grande que hayamos tenido alguna vez!
—Es tarde, Laura. Tarde para todo eso. Voy a colgar.
—¡Espera! Me han dicho que como último recurso podía ofrecerte el triple del bonus habitual, ¡es una pasta!
—También es tarde para eso, me temo. Adiós.

Gira casi imperceptiblemente la cabeza hacia la izquierda y cuelga. Abajo su vecino solloza tumbado en una postura imposible sobre las escaleras del portal de enfrente. Él se retuerce las manos una contra otra para intentar desentumecerlas.

Se sienta en la hamaca y abre el software de navegación para ver si la ambulancia está en marcha para el herido, y al descubrir que no solicita una. Espera que venga alguien. Es todo lo que puede hacer.

recuperando lo que nos costó

El mundo se está derrumbando y en realidad me da igual. No me importa en absoluto. Quizá mañana intervengan el país o lo que sea y todos estaremos un poco más jodidos, pero no me supone mucha diferencia porque creo que estamos jodidos desde mucho antes.

Y que de algún modo ésto nos está despertando, o devolviéndonos.

Ya, a qué precio. Eso es cierto. No preferiría jamás que siguieramos dormidos, o quizá sí. Dormidos o muertos, pero no golpeados y humillados. Porque no se limitan a golpear, humillan. Prefiero que encontremos la dignidad o el orgullo bueno (como el colesterol el orgullo anda dividido en bueno y malo, aunque el malo no es propiamente orgullo sino sólo algo malo) allí justo donde lo dejamos: en el suelo. Para eso nos tendrán que empujar hasta el fondo, hundirnos hasta el límite. Tal vez entonces estiremos el brazo y encontremos allí nuestra dignidad perdida, y podamos poner a todos estos que nos consideran «los otros» en su sitio. En ningún sitio.

Me da miedo porque me temo que en algún momento todo pueda volverse violento. Es complicado contenerse después de haber sido reprimido por la opresión sorda del miedo. Cuando pierdes el miedo pierdes también cualquier lucidez y concentración que no sea vengarte del que te ha tenido atenazado. Revientas, destrozas. Pagas ojo con ojo y te quedas corto porque hay muchos más dientes que vengar que dientes en los que vengarse.

Pulpa informe de carne.

En el fondo ya veníamos deshumanizados de antes, convertidos en mierdas, en nadas, en consumidores. La propia situación; la estupidez de comprar casa y muebles de Ikea y centrarse en las mierdas del televisor y el fútbol y la F1; la idolatría al que más atesora. Todo ello más muerte, estupidez y negación y más humillación y más enfermedad y degeneración que este proceso de desposesión al que estamos siendo sometidos sólo porque algunos no saben dejar de ser ambiciosos ni mientras montan en las lanchas salvavidas, condenándonos al puto frío del mar en el que creen que nos congelaremos y ya está. Cuanto menos nos dejan más orgullo del bueno recuperamos y más nos encontramos con la dignidad que es digna. El mundo se está derrumbando pero no en el sentido en el que creen, el mundo se está derrumbando pero todos y cada uno estamos recuperando algo que nos habían quitado. Estamos perdiendo lo que ganamos, sí, pero recuperando lo que nos costó.

Al menos los putos cabrones podían haber intentado hacer el proceso menos doloroso. Nuestro dolor actual multiplicará el suyo futuro. No es lo que deseo, es lo que será. Por eso de haber estado atenazado, y lo de los dientes. Están lanzando lastre. El lastre somos nosotros, por supuesto. Un lastre raro.

Mismo canto, ya sabéis. Hace tiempo que se entona, que lo entono.

Derrota tras derrota hasta la victoria final. Somos como una dinamo, cada giro parece que nos desgasta, pero sobre todo está generando energía en las baterías.