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miope

Ser miope tiene sus ventajas, no te creas. No todo es ir pegándose golpes contra las farolas. Lo malo es que no ves las farolas. Lo bueno, precisamente, es que no ves las farolas. A veces no está del todo mal no saber muy bien por dónde andas. Sobre todo cuando, en realidad, nadie tiene ni puñetera idea de por dónde anda.

Eso te hace un punto más agudo, un pelín más lúcido. Un mucho más coherente. ¿Que por qué coherente? Bueno, pues si asumimos que todo el mundo esta perdido, pero que muchos no se dan cuenta, y tu miopía te hace sentir siempre perdido…

Sí, por ahí, por ahí van los tiros. Corres menos riesgo de autoengaño. En el fondo, y por paradójico que parezca, no ves el mundo pero eres mucho más consciente del suelo que pisas. Que no es suelo, entiéndeme, porque suelo no hay, pero… al saber que no lo hay y actuar siempre en consecuencia te sitúas exactamente en el lugar, que es un no-lugar, en el que las cosas te suceden realmente, que no es un realmente, pero las cosas sí que te suceden y las ponderas como esa misteriosa existencia que no entiende de la casualidad ni de nada, porque no hay casualidad ni nada y todo el mundo da tumbos de un lado para otro y, según dicen, va viviendo. En resumidas cuentas, ponderas sobre lo que se da. Aristotélicamente eres miope para la potencia y eres un superdotado para el acto, ¡precisamente porque excluyes la potencia del cuadro!

Y así un café con leche es un café con leche y un mantel para dos lo es porque sólo sirve para dos. Tu miopía actualiza la potencia (que no existe, lo sé) y la transmuta en pura realidad cien por cien sin aditivos y con un 30 por cierto más de existencia. Tu miopía te hace estar en desventaja en 99 de cada cien situaciones, pero la desventaja no es más que una lectura errónea de una situación dada.

Quiero decir, quiero hablar, quiero aludir sobre lo de errónea a lo de correctoras. Lentes correctoras. Basura.

Si el criterio fuera la vista de un halcón todo el mundo tendría que llevar lentes correctoras. Y a nadie se le ocurre pensar que estés en situación de desventaja y tengas que ver como un halcón. Pero si ves una mierda menos que tu vecino tienes que ir corriendo a la óptica a que te igualen mediante lentes correctoras. Tienen que corregir tu visión porque se equivoca. ¡Como si hubiera una especie de visión universal o algo así!

¿No te parece una estupidez?

¿No?

¿De verdad?

¿En serio?

¿No crees que precisamente por tener que examinar todo más de cerca, por no asumirlo ya en la distancia o la lejanía, eres más consciente de la diferencia y más concupiscente en los significados? ¿No? Entonces ponte las gafas. Te quedan bien. Te hacen más alto. Te estilizan un huevo.

astramatana

Ahora bien, del ápice a la base, la medida de la Gran Pirámide, en pulgadas egipcias, es de unas 161.000.000.000. ¿Cuántas almas humanas han vivido en la Tierra desde Adán a nuestros días? Una buena aproximación se situaría entre las 153.000.000.000 y las 171.900.000.000.

Piazzi Smyth, Our Inheritance in the Great Piramid, London, Isbister, 1880, p. 583.

Astramatana, a día de hoy, no tiene ninguna correspondencia en google. Y, bien mirado, no parece una cosa tan rara como para no tenerla. Puede ser que alguien en alguna parte se apellidase Astramatana. Yo no lo vería tan raro. Enrico Astramatana, soberbio funambulista, amigo de sus amigos, tremendo payaso (sólo el que ha llorado hasta quedarse seco sabe hacer reír, repito, sólo el que ha llorado hasta quedarse seco es capaz de hacer reír).

Inventarse significados coherentes pero sin el sustrato de la vinculación con el mundo bien puede ser una fasmagonía (que, por cierto, tampoco tiene correspondencia en google) o bien una estupidez, pero bien mirado está el intento, bien llevado, bien fraguado. En eso estamos. Nos pasamos la vida construyendo fasmagonías. De hecho, la vida de cada cual está llena de fasmagonías, interpretaciones del mundo sin sustrato que a cada tipo le sirven pero no puede extrapolar de un modo científico hacia los demás. Ni ganas.

Esto es: estos calzoncillos son mis calzoncillos de aprobar exámenes. Fasmagonías.

Teocracias personales. Categorías horizontales de uno mismo. Que quedan en casa.

Lecciones de un tal Astramatana que nunca existió pero que bien pudo… haberlo hecho.

Antes, in illo tempore, algo no existía cuando, coño, carajo, no existía. Cuando no se encontraba por ninguna parte.

Ahora no existe cuando no está indexado en google.

Y uno siente cierta querencia por Astramatana, cierta envidia. Existe de un modo tal que es como si no lo hiciera en absoluto. Reclama su independencia. Su espacio. Su lugar. Pero sin tambores, sin nuncios, sin golpes de efecto. Reclama su espacio sin que nadie se entere. Y lo obtiene donde nadie se entera.

Existe a título personal.

Por pura convicción personal, sin necesitar de nada más.

Después de esto, mañana o pasado, Astramatana estará en google.

Pero eso no será hoy.

Disfrutémoslo.

Mientras estemos aún a tiempo.

el día que quiebre el equilibrio

En el asombro de esta taxonomía, lo que se ve de golpe, lo que, por medio del apólogo, se nos muestra como encanto exótico de otro pensamiento, es el límite del nuestro: la imposibilidad de pensar esto.

Michel Foucault. Las palabras y las cosas.

La imposibilidad de pensar esto. He venido a beber y a escribir. He venido a coger lo que es mío, por eso estoy aquí. Detesto a todos los que dicen que no se puede cambiar. Les detesto, fundamentalmente, porque tienen razón. Y porque presumen de ello. Les suelo retar a litros, y cuando les tengo en el suelo no me siento mejor. Están borrachos, pero sus palabras siguen siendo igualmente ciertas. Siguen siendo verdad, que es el límite irrebasable. Al que no llegamos jamás, así que fundamentalmente da igual. Que les jodan. Cuando están borrachos en el suelo les escupo, les pego una patada en las costillas que no recordarán mañana. Es una pequeña alegría.

Pero es una alegría.

El día que cumplí los 35, que fue el viernes, me fui al chino a preparar lo que había de venir. Contado así parece un relato. Contado así parece a duras penas cierto. Pero es cierto. Cuando estaba en el chino una chica niña cosa con pechos me sonrió y me dijo que me conocía.

Me dijo que me escuchaba cantar bajo la ventana cuando pasaba y yo andaba liado.

Me cantó el estribillo de «que no puedas dormir«. Yo lo he cantado cien veces borracho más del cien por cien de las veces.

Le dije que me parecía bien, que podíamos hacer un duo.

Cantaba como el culo.

Pero cantaba una canción mía.

Y eso estaba bien. Estaba existencialmente bien.

No quería no quiero no quise complicar las cosas y me fui a casa medio desorientado y entre disculpas.

Uno hace cosas para sí mismo.

Pero le encanta que alguien las recoja en su regazo y las haga suyas.

Odio a mi madre. Destrozó a mi padre. Le reventó de un modo tal que no quedó cimiento sobre el que levantar nada. Mi padre, vacío, era mucho menos que un globo desinflado. Ni siquiera era de plástico. Ni siquiera eso quedaba.

Cuando mi madre terminó con mi padre, no quedó nada por hacer.

Fue un trabajo concienzudo.

Después se murió. Seguramente fue casualidad, pero no creo en ellas.

En general. En general no creo en ellas, en ninguna de ellas.

Fue un trabajo excepcionalmente concienzudo.

Pero ahora le están quitando placas del pie. Y no es mala gente. No es mala gente en absoluto. Con sus manías, con sus estupideces constantes, pero buena gente. Me pregunto cómo una cosa se solapa sobre la otra, o dónde están mis reinos, o dónde están mis principios. Dónde queda mi padre, que está muerto, quemado y honrado.

Dos botellas de orujo quemé en su honor, en mi estómago. Con sus cenizas delante. Invitándole a rondas.

La única respuesta es que no lo sé, no es mala gente ahora, con el tiempo.

Seguro que la quiero, pero no entiendo por qué.

No puedo entenderlo.

Después de la niña-tetas del chino empezó un fin de semana que no ha terminado todavía.

La vida te lleva por caminos raros. La vida, amigo.

La vida, amigo.

La vida, amigo, o es rara o no.

O es rara o no es nada.

Aleluya.

El día que deje de hacerlo quedamos donde siempre para echar unas cervezas.

Por lo perdido.

Que es tanto.

Es tanto.

Mucho menos que lo que queda.

Me pregunto qué pasará el día que quiebre el equilibrio.

El día que se rompa el equilibrio.

Quizá nos sentemos en un banco, y miremos culos. Tetas de niñas de 20 que ya no cantan nuestras canciones. Antes las cantaban, y nos daba igual. Ahora no lo hacen, y nos importa.

Con un anís en la mano, o un pacharán.

Ya casi muertos, en una especie de limbo.

La casa está vacía.

El día que no nos quede esto no nos quedará la hipoteca.

No.

Tampoco un piso en propiedad.

Cuando todo se defina, nos quedaremos nosotros mismos.

Y eso será todo.

Y o nos parece bastante, o nos extinguiremos.

Pero eso no será hoy, ni mañana.

Eso es más que suficiente.

Eso es mucho más que nada.

Eso lo es todo.