En el asombro de esta taxonomía, lo que se ve de golpe, lo que, por medio del apólogo, se nos muestra como encanto exótico de otro pensamiento, es el límite del nuestro: la imposibilidad de pensar esto.
Michel Foucault. Las palabras y las cosas.
La imposibilidad de pensar esto. He venido a beber y a escribir. He venido a coger lo que es mío, por eso estoy aquí. Detesto a todos los que dicen que no se puede cambiar. Les detesto, fundamentalmente, porque tienen razón. Y porque presumen de ello. Les suelo retar a litros, y cuando les tengo en el suelo no me siento mejor. Están borrachos, pero sus palabras siguen siendo igualmente ciertas. Siguen siendo verdad, que es el límite irrebasable. Al que no llegamos jamás, así que fundamentalmente da igual. Que les jodan. Cuando están borrachos en el suelo les escupo, les pego una patada en las costillas que no recordarán mañana. Es una pequeña alegría.
Pero es una alegría.
El día que cumplí los 35, que fue el viernes, me fui al chino a preparar lo que había de venir. Contado así parece un relato. Contado así parece a duras penas cierto. Pero es cierto. Cuando estaba en el chino una chica niña cosa con pechos me sonrió y me dijo que me conocía.
Me dijo que me escuchaba cantar bajo la ventana cuando pasaba y yo andaba liado.
Me cantó el estribillo de «que no puedas dormir«. Yo lo he cantado cien veces borracho más del cien por cien de las veces.
Le dije que me parecía bien, que podíamos hacer un duo.
Cantaba como el culo.
Pero cantaba una canción mía.
Y eso estaba bien. Estaba existencialmente bien.
No quería no quiero no quise complicar las cosas y me fui a casa medio desorientado y entre disculpas.
Uno hace cosas para sí mismo.
Pero le encanta que alguien las recoja en su regazo y las haga suyas.
Odio a mi madre. Destrozó a mi padre. Le reventó de un modo tal que no quedó cimiento sobre el que levantar nada. Mi padre, vacío, era mucho menos que un globo desinflado. Ni siquiera era de plástico. Ni siquiera eso quedaba.
Cuando mi madre terminó con mi padre, no quedó nada por hacer.
Fue un trabajo concienzudo.
Después se murió. Seguramente fue casualidad, pero no creo en ellas.
En general. En general no creo en ellas, en ninguna de ellas.
Fue un trabajo excepcionalmente concienzudo.
Pero ahora le están quitando placas del pie. Y no es mala gente. No es mala gente en absoluto. Con sus manías, con sus estupideces constantes, pero buena gente. Me pregunto cómo una cosa se solapa sobre la otra, o dónde están mis reinos, o dónde están mis principios. Dónde queda mi padre, que está muerto, quemado y honrado.
Dos botellas de orujo quemé en su honor, en mi estómago. Con sus cenizas delante. Invitándole a rondas.
La única respuesta es que no lo sé, no es mala gente ahora, con el tiempo.
Seguro que la quiero, pero no entiendo por qué.
No puedo entenderlo.
Después de la niña-tetas del chino empezó un fin de semana que no ha terminado todavía.
La vida te lleva por caminos raros. La vida, amigo.
La vida, amigo.
La vida, amigo, o es rara o no.
O es rara o no es nada.
Aleluya.
El día que deje de hacerlo quedamos donde siempre para echar unas cervezas.
Por lo perdido.
Que es tanto.
Es tanto.
Mucho menos que lo que queda.
Me pregunto qué pasará el día que quiebre el equilibrio.
El día que se rompa el equilibrio.
Quizá nos sentemos en un banco, y miremos culos. Tetas de niñas de 20 que ya no cantan nuestras canciones. Antes las cantaban, y nos daba igual. Ahora no lo hacen, y nos importa.
Con un anís en la mano, o un pacharán.
Ya casi muertos, en una especie de limbo.
La casa está vacía.
El día que no nos quede esto no nos quedará la hipoteca.
No.
Tampoco un piso en propiedad.
Cuando todo se defina, nos quedaremos nosotros mismos.
Y eso será todo.
Y o nos parece bastante, o nos extinguiremos.
Pero eso no será hoy, ni mañana.
Eso es más que suficiente.
Eso es mucho más que nada.
Eso lo es todo.