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android en casa

Mis primeras impresiones sobre el orange boston… son buenas.

Y son buenas porque no son malas (perogrullada, pero que se puede llegar a entender).

El sistema operativo de este terminal es Android. El sistema operativo es gueno. Tiene sus cosas, pero es bueno. Lo importante en un terminal que lo use es que no lo joda. Y, de momento, el orange boston no lo jode. De momento, desaparece. Deja de estar para que exista Android.

En otras palabras, no molesta.

Todo va rápido, fluido.

Ha desaparecido hasta tal punto (bien por él) que si algo tengo que reprochar es a Android, y no al teléfono. Es más de lo que podía esperar para lo que me costó.

Pero no es un análisis exahustivo. Demasiado tiempo currando como para que lo sea.

Iremos afinando pero, hoy por hoy, pese a mi ferrea voluntad de perdedor, le doy casi un diez.

También hay palos para orange, que no me activó la tarifa plana hasta que no llamé. Amiguetes, queríais joderme con ese par de días, ¿verdad? Pero llamé. No caí. Usé redes wifi hasta que me lo activásteis.

Bien por todo. Todo salió bien.

Estoy más conectado que nunca. Queda saber si eso es bueno o malo.

vomitar en círculos concéntricos

La vida es fácil para los incautos. La ignorancia es atrevida, y esas cosas.

Después, se da un paso. Un paso extraño. Uno mira un poco más allá.

Y la vida comienza a ser tremendamente complicada.

Es complicada, has guardado en un cajón los 18, 19, 20, y en un momento dado todo se complica. No sabes muy bien por qué. No. No lo sabes.

Sé que soy el único tipo que no tira las fotos con flash. Sé que soy el único tipo que detesta el flash a medio kilómetro a la redonda. Y estoy orgulloso. Tirarán fotos buenas. Pero no tan buenas como las mías.

Después, a los treinta y tantos más o menos, todo se vuelve más sencillo.

Me acerco y los tipos y las tipas con cámaras guenas del carajo se preguntan qué coño voy a fotografiar sin flash. No han comprendido nada.

O yo no he comprendido nada.

Es cuestión de gustos.

La vejiga me revienta y tomo posesión de un trozo de campo.

Allí estás, meando. Con los pantalones en las rodillas, acuclillada. Yo tengo el pedazo de carne en la mano. Saludas. Saludo. Te levantas y te subes el pantalón. Yo lo meto dentro. Cuando termino.

Hola.

Hola.

¿Qué tal las fotos?

Te las enseño.

Son bonitas. ¿Puedes hacerme una?

No.

¿Por qué?

Por la luz.

Tira de flash.

Detesto el flash.

Ah.

Lo siento.

Nada.

Cuando haya más luz.

Ok. Nos vemos luego.

Ok.

Me emociono. Cojo las llaves del coche. Arranco. La noche es para los ilusos, para los borrachos. Yo no soy ambas cosas, no todavía. Llego al barrio y pillo al chino.

«Se que son más tarde de las diez, pero… ¿me vendes un par de litros?»

Sí.

Qué descanso. Sí.

Es fácil sentirse bien cuando tengo tu teléfono en la palma de la mano.

Esperando el momento en el que haya más luz. Suena a profecía.

Lo dejaste ahí, como un regalo. Como un por venir.

Y es precioso.

Es perfecto, creo.

Pero…

pero…

no te voy a llamar. No lo haré jamás.

¿Dónde estabas cuando me estaba muriendo, cuando estaba tan solo que deseaba reventarme contra el grifo de la ducha? ¿Dónde estabas entonces, cuando lo único que quería era terminar de una puta vez y no dejar restos?

Ahora es tarde.

Se agradece.

Pero llega tarde. Llega cuando no importa. Llega cuando no hace falta. Llega cuando no hay nada que hacer.

Desde aquí, lo siento.

Estoy vivo de milagro. Y desde luego no es por ti.

No es culpa tuya.

Ni mía.

vida mixta

A veces es mejor no dejar de hacer nada mientras piensas en hacer algo. Te quedas más tranquilo. Te quedas detenido, parado, en el mismo sitio, y sigues concentrado intensamente en hacer cualquier cosa. Pero no haces nada.

Entrando en el ideal de comunión de la vida mixta. Ni contemplativa ni activa. Ni tan beata, tontuna y extrarrádica y excentrada como la primera ni tan inmersa, voluptuosa, focalizada y participada como la segunda. Un estado mixto de quietud ingeniosamente trabada, inteligentemente obtenida. Yo no soy inteligente, mi forma de obtener un modo mezclado de vida sí lo es. Y además es innato. No hice nada para conseguirlo.

En ese claro entre las nubes, nada menos, es dónde se me ocurren las ideas, buenas o malas, que termino cavilando en lo contemplativo y ejecutando en lo activo. De ahí surgen, ese es el lugar en el que nacen los sueños, el polvo de estrella del que estamos formados, y el olor a nuevo, limpio y ligeramente a sexo de las mañanas que van a terminar en un día estupendo —te levantas y ahí está, ese olor en tu pituitaria, y te das cuenta de que algo va a suceder y está bien hecho que aparezcan las señales justo antes de meterte en la ducha, justo antes de darle un bocado a la manzana y salir por la puerta para ver qué te espera—.