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Cercos vacíos

Las cosas… hay cosas peor
que muertas, ausentes, que dejan
marcas como cuadros arrancados
de las paredes.

Uno observa su vida y va
intentando olvidar el legado
de lo desplazado, sus bocas
pobladas de dientes.

Dientes que aún muerden desde
sus nuevas realidades en otros
malditos sitios.

Te exilias de mi vida
amándome y yo juro
trastear con otras bocas y
robarles su ropa interior de
preferencias e intentos, sus cosas
vivas que las tornan inevitablemente
ellas mismas.

Juro pisotearte, mancillarte y
violarte con la cuchilla usada de la rabia
sobre la lívida carne del recuerdo.

Juro y me dueles cuando río.

Suena la Gran Vía en la gran
cavidad de mi cabeza. Suenan
los cafés. Suenan y caen cuerpo
abajo hasta detener perfectamente
mis pasos.

¿Cuánto dolor cabe en
un verso? Sólo digo…

Que las cosas ausentes, desplazadas,
dejan sus cercos en las paredes cuando
se marchan. Y desde su oquedad hablan
retumbando sus cuencas vacías.
___________________

Brillantes aristas de cera
esbozando las sendas… me
confundo cuando las observo
tan diversas… me alejo…
el milagro se produce…
la providencia diabólica…
se transmutan…
ahora son una sola…

… ciegos, con orejeras…
… caminos diversos…
… un solo paso…
… una creencia…
trastocar la espera en
actividad…
para una vida más plena…
este valle vuelve a estar
completo de nuevo…

Pensé escribir un poema…

Mercenario

Aguanto cosas que no debo decirte
cuando creo que debes oír. Cuando
pienso es cierto y el charco
siempre ahoga después, cuando
ya es tarde, cuando
tomaste el avión y el
cielo no es aire sino
distancia; fría y cortante,
áspera y lacra inmundicia que
llena de llantos la tarde.

Quién sabe, quizá mañana
vuelva la calma. Quizá
no venda letras a
nuestra tranquilidad, que
disfruta sufragando costes
con un fondo de huida constante.

Quizá no calle y te ladre
y tu llores y te desesperes
y entonces nos amemos en
Cuenca o en Toledo sin fin
ni recónditos lugares que no
visitemos en la gran fiesta
del amor sincero.

Quizá.

Intolerable

Intolerablemente amarga
es tu risa. Uno se va dando
cuenta de cómo, quieta,
calladamente,
te desangras.

Y no hablemos si no
podemos de tus dones apagados,
de tu voz velada,
no contemos la vida que
escancias en las tortuosas
sendas de mi alma.
No digamos. No disloquemos
esto hasta hacerlo algo parecido
a un
verso.

Intolerablemente retuerces la
daga en mi brazo, con tu
sola presencia y tu risa.

Amagos de un cuadro renacentista.

Soledades neutras e higienizadas
de un poeta por impostura, de
un mercenario de la letra.

Hablemos del día, del
tiempo, del cadencioso fluir
de las noches.

Pero nada pensemos de
aquello. De lo otro.
De lo nuestro.