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Segundo acto

Devoro el alimento mientras
me voy humedeciendo por el esfuerzo.
“Gracias”, musito. Y corriendo
voy al baño y sonoramente voy
y vomito. Joder, qué bien. Con
el antebrazo limpio los hilos
que cuelgan de mi boca y mi
perilla, agradecido. Ahora soy
distinto, así que abro el tapón
del vino.

Y rojo cálido rojo voy templando
el ánimo con rojo rojo vino. Decía
que siempre es más triste sobrio, y
así ahora todo se metamorfosea y es
alegre.

Tengo una colección de Fénix esperando
tu palabra, todos quieren saltar a
la arena y asesinar la convención,
que aburrida cabecea.

Me trago una piscina de rojo, rojo
sangre que sí es sangre y no aquella
de serie con que me lanzaron al mundo.
Tomo valor y busco un hueco, vomito
de nuevo y voy acumulando el agrio
olor de mi propio cuerpo. Huele
a flores anafroditas polinizando
el aire que respiras, huele a sudor
pero más fuerte y es mi propio e
inconfundible olor.

Mío es y yo lo quiero.

En la calle ya no importa que los
rostros tengan una boca funcional, soy
osado, me acerco a una y le
pido un cigarro. Y si vuelve a
decir “sí” así la beso.

¡Ja! Quiero respirar y lo hago.

Vino y más vino trago mientras
ando y voy contando las veces
que me quedé callado.

Y con el sopor la bendita
estulticia, el valiente
continuar lanzando al aire
todo el inmenso abismo
que ofrezco.

Primer acto

La mañana lo es porque en
algún momento del día debo
tomar café y no vino. Salgo
y paseo mis ojos entre los
transeúntes idiotas enfundados
en sus caras y sus desayunos.
Entre los portales y las agencias
de seguros desfiguro tu risa,
la moldeo hasta hacerla mía.

La mañana es a veces perfecta y
a veces tediosa e insidiosa: pienso
fluida, coherente y rectamente. Por ello
tarde o temprano siempre consiento
en asaltar mi cerebro con el ariete
volátil de los fermentos y la carne
grasa de bichos muertos.

Tic-tac, escando el tiempo y
hablo de segundos, aparcelando el
día desde el sol a la luna, la
luz a la sombra.

No quiero saber quién es ese
del que hablas aseverando que habitó
mis mismos ojos.

No quiero seguir sudando lo que
con tanto trabajo conseguí ingerir anoche.
Triste es borrarme por el alcohol, pero
aún más triste es hacerlo sobrio.

Sigo caminando: la panadería. Compro
algo y lo traslado a mi refugio,
para así comer agusto. Voy a mear y
llorando sigo perdiendo el elixir de
la eterna juventud que ayer tragué hipando.

Sueño algo de unas tiendas y me
doy un golpe en la cabeza, no
es bueno dormirse depie al lado de
la encimera. Cierro los ojos y
hago más café. Por no estar allí,
cuando se suponía que sí, lleno
el cacillo con sucedáneo y de
lleno introduzco los dedos en el
fuego. Cosas.

Arden mis labios, parece ser que de
amor (aunque también olvidé
que el café se enfría con el
tiempo). Me arde todo el cuerpo.

(¿Tú eras así? ¿Algo tan ígneo y
tan dentro? ¿Poseías tú la cualidad
de enrojecer mis miembros, cada uno de ellos? ¿Podría encenderme un
cigarro e ir a otra cosa? ¿Tenías
tú mis ojos entonces, pudieras aún hoy tenerlos?)

Tú eras así, siempre llamando
al Fénix que ineludiblemente decías
encontrar aquí dentro. Tomabas
mis manos, las besabas, y producías
el sortilegio: sin más yo tenía
algo que decir. Yo lo llamaba
tomar cuerpo. Tomar tu cuerpo era otra
cosa. No siempre igual a mano. A veces
es triste. Más triste es sobrio. Esta
creo que es una máxima inalienable.

En la mañana no hay marcianos,
nadie viene a recogerme.

A veces aún a veces pienso que a
veces la vida se equivoca conmigo.
Es siempre así, tan confuso. No sé
bien lo que digo, pero cabrón hablo.
Hago la cama y tengo la extraña
sensación de no hacerle ningún favor
con ello. Creo que me mira mal ahora,
tan estiradita. Ya no tiene sitio
donde esconder sus mentiras, las
mismas que las de todo el mundo,
perdió los entresijos donde siempre
uno halla la enjundia, la pulpa
fresca de cualquier alma.

Así creo que me siento desde que
te fuiste: estirado. Parece que,
bien mirado, no existe Fénix
sin tu mandato. Es jodido.
Aunque también es la mañana,
el momento del día en el que el
café y no el vino me mantiene
vivo.

Conclusión – Pensarse muerto

(Pon carita de pena,
que ya sabes que haré todo lo que tú
quieras).

1.
Penetro el infinito, puro y desfigurado
por el conocimiento. Esquilmo sus taras
hasta hacerlas desaparecer por completo.

Pienso que soy, y sigo siendo. No
por nada más me siento vivo. Por nada
más que por no pensarme muerto.

Sin nombre. Una oquedad. Un
elemento sin forma. Una imagen
esbozada en algunos cuadernos.

2.
Las verdades son como puños, las palabras
como los cigarros, se esfuman con el tiempo
y el espacio…

Las dudas contrastan la pugna,
el hombre perseguido y el
soñador empedernido. La imaginación
desbordada por el fuego y el
sentimiento. Viejas amigas circulando en
un océano de músicas indias y
espejos sin luz. Viejas cosas ya
inodoras, ya evaporadas.

Salgo a la calle, creo que esquinas, bares y
asfalto son mis amigos. Creo que
con ello hablo. Intuyo que no me
queda nada más. Intuyo que no soy
nada más. Creo que
me he perdido. Fundido en negro,
en miradas, en tus labios.

Y son ellos los que hablan, yo,
al fin y al cabo, estoy ya muerto.

Y todo lo que he sido no es ya sino
cuadernos apolillándose en algún sitio…

3.
Desciendo hasta la última calle, donde
el último día te besé
(allí donde me miraste por última vez,
despidiéndote),
fuerzo a mi alma para verte allí
donde te dejé, cuando huí de ti y
tu verdad a mi tumba (las
verdades son como puños en
nuestras mandíbulas…)

Yo ya estoy muerto, lo sé, pero tú
sigues allí, en el mismo sitio, diciendo:
“joder, no soporto
más esto”.

El tiempo
(que no ha dejado de avanzar)
es una frase ininterrumpidamente
poblando tu garganta;
yo, esperando,
recolecto cuentos
que, como hojas secas,
se deshacen sólo ante
mis ojos.

No comprendo demasiado bien los
hechos, me temo; quizá, si
pudiera sortear estas manos y
perderlas de vista un rato…

No,
las escenas son silencios expuestos
al velado.

No pretendo abrir,
sólo quiero no seguir cerrando…

4.
Tú mirabas al vacío, como si pudieras
abarcarlo todo con la mirada. No creo
que entiendas el daño que me causas.
Si así fuera, creo que serías otra, y
sería el fin del cuento.

Desplazabas los actos a fuerza de
palabras, todo tenía un nombre y, cada
nombre, un adjetivo. Todo pertenecía a
un sitio, una patria, un lugar de nacimiento
o de vida. Todo es así tan fácil
que hiede a febril.

(Pero tu mirada pendiente del
vacío, como si todo en ella
cupiera, nunca dejó de estar
ciega.
Si fuera de otra manera ya
no podría reconocerte).

Tú siempre creías poder llegar. Y
siempre llegabas. De ti, yo sólo
conozco tus palabras…

Tu alucinación fue la mas bella, la
más perfecta. Me enamoré de ti entre
cigarro y café y frases y arrebatos. Fue
así, de un segundo a otro y

te miré, como ahora te estoy mirando
(desde el otro lado, donde no brillan
tus remansos),
creo que lloré, que exprimí mi alma
exprimida para decirte algo. Dije: “¡joder!”
y todo y nada y el mundo fueron
juguetes en nuestras manos. Y

no hizo falta nada más; aún hoy
te sigo mirando… no sabes el daño
que me causas, si no, estarías llorando.

5.
Los días son las olas en esta nuestra
singladura circular. Subimos y bajamos,
perdemos el rumbo y nos encontramos.

Quizá pudiera llegar a romper
el ritmo, salir de estos giros sin
sentido.

6.
Una vez muerto abandoné el mundo de
los vivos casi por completo. A veces una risa,
una lágrima o un recuerdo me traen de
regreso. Pero esto dura poco tiempo, porque
ahora ya no pertenezco a este incesante
carrusel. En cierta forma, soy eterno, fugitivo
ya ni ayer ni mañana, ni proyecto
ni recuerdo. Sólo un segundo que no
muere, un presente que no entiende de
minutos ni franjas horarias.
Condenado a fumar eternamente este
cigarro que encendí justo después
del último beso, condenado a
quemarlo eternamente mientras
se van alejando eternamente tus pasos.

Mi cuerpo sigue vivo, lo sé y le
entiendo, le cuido y le alimento. A
veces le siento doliente o placentero,
pero cada vez menos.

Muerto, sólo existo para mí mismo.

7.
Muerto.
Las hojas caen y por fin conozco mi
último invierno, el único definitivo.

Sí, el invierno es un pensamiento huido.
No sabes el daño que me causas, si no,
estarías aquí conmigo. Pero tu mirada
y el vacío tienen una extraña conexión.
Quieres abarcarlo todo y no puedes ver
nada; de otro modo, no serías mi daño,
no serías cosa alguna. Al alma llegué por
el dolor, a él por tu ceguera.
No sé por qué a tu risa.

(Creo que cigarro y café,
frases y arrebatos. Pero, claro,
eso es como callar, como mirar con
ojos ciegos una realidad que no
sabemos si diminuta o inmensa nos
engaña con su grandilocuencia).