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imagen tres

El tiempo, las cosas, el silencio
miraban tensos por la ventana
mientras un litro vacío,
sobre la mesa,
dejaba pasar la luz a ratos,
amontonando sombras chinescas
en las estanterías y

tenía las dudas más que contadas
en la cartera, pedí disponibilidad
y las hojas
cayeron
en el
frasco
vacío
del último cigarro, aún encendido.

No había señales, ni bocas, ni manos crédulas.
No tenía ombligos, ni penas ni fuegos ni miras ni
ansia ni paz ni lucha ni fulgor ni laxitud.

Girando en círculos concéntricos se olvido la voz,
se olvidó de sí misma y se llenó de atmósfera,
pulsó (pulsé) la herida con la yema de los dedos

no estaba fría.

Volví a ver la luz atravesar la botella
para hacer sombras chinescas en las estanterías,
fuí a por tabaco,
a por más cerveza,
me tumbé en la tarde eterna a esperar
algo indefinido, un algo inexacto,
un ruido, (un crepitar),
un algo borroso, especular de sí mismo,
la ventana de un tren a toda velocidad,
un maullido, un tierno gemido en el aire

detenido.

nada

En un principio fue la nada. No el vacío, sino la multitud de cosas que no eran nada, porque no significaban nada.

Después (unos monos con tendencia al bipedismo que reaccionaron ante unos determinados cambios climáticos en la sabana norte-africana, como si sirviera de algo saber eso, o aceptarlo como una interpretación mejor que cualquier otra) llegó la conciencia, que nombraba. A traves de los nombres el mundo empezó a significar algo (no digo qué). Todo comenzo a tener sentido (uno y múltiple). La conciencia experimenta exactamente lo mismo que la no conciencia. Pero la conciencia es capaz de construir un relato.

Después llegó la reificación del mundo natural. El mundo natural tiene sus propias leyes, la reificación humana tiene leyes humanas, manipuladas por humanos (o la mano muerta de). Es mucho más cómoda, más manejable. Pero la experiencia se aleja, la vivencia se diluye. La vida es una mierda neutra, una línea plana sobresaltada por situaciones límite, de cuando en cuando. A veces, ni eso. La vivencia acojona, porque no tiene que ser hermosa. Es inmensa, es inmediata, pero no forzosamente hermosa.

Y aquí estamos, cincelados en nuestro propio retablo. A todo aquel que sienta su vida falta de algo le digo: jódete. Vete a la mierda. Es tu propia elección, sin duda. Léete un par de libros de autoayuda, no sirven para nada, pero a veces incluso lo parece. Busca tu yo perdido en la basura, donde lo dejaste.

Me moriré de hambre. Viviré debajo de un puente. Vendrán a tirarme monedas al retiro los domingos cuando pida Su Estúpida Limosna. Aún así les mandaré a la puta mierda. Les diré que se jodan. Y mientras me congele de frío en algún portal seguiré sin arrepentirme de nada. Me llevó lo mío. No es fácil. Pero me tengo entero. Cada segundo es el último. Cada inspiración la antesala de la expiración. Que se queden con lo suyo, no tengo pegas. Pero hacedme un favor: dejadme a mí lo mío. Sólo dejadme en paz. Por favor (si es que eso se entiende todavía), dejadme en paz, en silencio, en la obscuridad, solo, desbastado por las vidas rotas que voy sumando a la alforja. Pero entero. No es necesaria una guerra santa. No es necesario hacer nada.

inmediatamente finito

Es raro ver cómo se configuran las cosas torcidas. Es raro ver como empujas y la realidad se enfrasca una y otra vez en el muro, como un muro, mecida en la rigidez de un muro. Estamos donde estamos y somos como somos; y dentro de todo, y en medio, y sobre todas las cosas hay un movimiento no permitido, una señal que no debimos haber visto en su día.

Te preguntas pa qué curro, por ejemplo. O pa qué existo, en su defecto. Te preguntas y respondes como el budista: «¿Lo mejor?, no haber nacido. No ser.» La agonía del ser que se agota una y otra vez en su inmediata finitud, en su insondable impotencia frente a las cosas. La vivencia no se expresa, y (diría W., leyendo a pies juntillas el pensamiento escéptico) si pudiera llegar a expresarse de un modo correcto y adecuado no llegaría a entenderse. La vivencia nos pertenece de un modo extremo, porque ni podemos reproducirla ni podemos aprehenderla de otros. Es toda nuestra y morirá con nosotros cuando muramos, o sin nosotros cuando la olvidemos. La vivencia es solipsismo puro. Recuerdo al replicante de Blade Runner contándole sus historietas al perseguidor: quería transmitirlas antes de morir y que siguieran existiendo de algún (torcido) modo. No pudo decirle nada, no pudo transmitir nada. Yo hago lo mismo. Me peleo con los acontecimientos y con las palabras para intentar significar algo (dar el significado de algo). But there’s no way. No hay forma de sobrepasarse a sí mismo. El legado puede no haber sido capaz de expresar nada, y puede sea imposible de entender. Fácilmente.

La negatividad no es un estado, es una actitud defensiva.

Diría Murphy: si algo tiene la, aunque sea, remota posibilidad de salir mal, lo hará.

Era un justo mesías, un gurú espiritual, un guía chamánico. No escribió libros simplemente simpáticos, sino que redactó biblias transidas de una tremenda ironía.

La negatividad no es un bocadillo, es una actitud defensiva.

Y al final el sol sale, por donde quiera que le dé la gana, y yo sigo aquí con mi ración de homilía, liturgia, eucarestía y mitología varia. Eso es justo lo que no puedo traducir, y mucho menos con palabras, esa es justo la palabra (verbo) que no sé dar, y lo inmediatamente finito, egoísta, absurdo, solipsista.

Es una actitud defensiva ante un ataque ineluctable.