El tiempo, las cosas, el silencio
miraban tensos por la ventana
mientras un litro vacío,
sobre la mesa,
dejaba pasar la luz a ratos,
amontonando sombras chinescas
en las estanterías y
tenía las dudas más que contadas
en la cartera, pedí disponibilidad
y las hojas
cayeron
en el
frasco
vacío
del último cigarro, aún encendido.
No había señales, ni bocas, ni manos crédulas.
No tenía ombligos, ni penas ni fuegos ni miras ni
ansia ni paz ni lucha ni fulgor ni laxitud.
Girando en círculos concéntricos se olvido la voz,
se olvidó de sí misma y se llenó de atmósfera,
pulsó (pulsé) la herida con la yema de los dedos
no estaba fría.
Volví a ver la luz atravesar la botella
para hacer sombras chinescas en las estanterías,
fuí a por tabaco,
a por más cerveza,
me tumbé en la tarde eterna a esperar
algo indefinido, un algo inexacto,
un ruido, (un crepitar),
un algo borroso, especular de sí mismo,
la ventana de un tren a toda velocidad,
un maullido, un tierno gemido en el aire
detenido.