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from wales (III)

from wales (II)
from wales

«Ojalá te sientas un poco mal cuando te des cuenta que te hubiera dado más de lo que me robas.»
dEMASIÉ

Y aún hubo más, porque algo empezó a encajar de forma simple y sencilla. Se me llenaron los ojos de lágrimas cuando vi todo con absoluta claridad. No es posible explicarlo (y mucho menos entenderlo mediante palabras), pero ahí va el intento (rudo) de cuajarlo todo en un relato coherente.

Puedo empezar por cualquier parte, porque todo está absolutamente interconectado, sin fisuras. Puedo empezar, por ejemplo, por la frase hippiesca «lo que posees te terminará poseyendo» (siempre que escucho esto me imagino delante de la lavadora con un cuchillo en la mano, por si acaso le da por poseerme brutalmente, podría (si lo hace) hacerlo al menos con cariño). De otro modo: tener es temer. El perdedor (porque siempre ando a vueltas con la mitología del perdedor, la genealogía del fracaso o el trasunto de la pérdida) es aquél que mejor lo sabe, aunque lo sabemos todos.

Tener es temer no tener. No sólo nos facilitamos la vida con la multiplicidad ingente de ingenios que nos lavan la ropa, nos lavan los platos, nos seducen con falsas felaciones o nos pican el hielo. El lado suave del asunto es precisamente ese: nos hacen la vida menos trabajosa. Pero todo lado suave tiene su contrapunto rugoso: nos acostumbramos a que nos hagan (primero) y necesitamos que nos hagan (después). Uno termina necesitando aquello que, en su momento, retuvo para ceder tiempo y esfuerzo a otros asuntos. Quitadme el ordenador y veréis. Hacedlo. Tengo muchas formas de comunicación, pero en suma me gusta esta. No en exclusiva, pero sí como una parte importante relacionada con mi yo mismo (esto no es un quejario, dEMASIÉ, es un escenario en el que me muestro (no siempre, a veces interpreto, pero siempre y sólo porque me reinterpreto)). De otro modo: tener es temer perder.

Temo perder lo que tengo. Estoy poseído por las cosas (eso es algo que aceptamos como respirar, aunque no sea lo mismo). Es una perogrullada.

Pero lo importante es la consecuencia, por encima de todo. Después de cada pérdida, el perdedor (anticuario, yo) se siente jodido. En cada caso su medida, pero jodido. Pero, por otra parte, hay algo imperceptible que no se revela sin la intermediación del paso del tiempo (aunque sí se produce en su momento), y es que siempre, tras cada pérdida, hay una sensación de alivio. Tal cual. Lo juro. Una pequeña sensación de alivio, una pequeña picadura de mosquito: ya no temo perder. Soy un ápice más libre (eso suena muy bucólico, reformulo a continuación), tengo una carga menos. Exacto. Tengo una carga, un peso menos. Soy más leve. Algo más.

Por eso (y ahí la respuesta que todos los que me conocéis habéis estado preguntando, y yo no podía responder) perder crea adicción. Qué mal suena, pero es así. Perder genera adicción, es un proceso altamente adictivo. Con cada derrota, con cada ya no, con cada adiós, una carga más cae de las alforjas al suelo. Bye.

La felicidad y la liberación del peso no son directamente proporcionales a corto plazo. Más bien inversamente proporcionales a corto plazo. Pero me da que a largo plazo (y la vida es larga, me comentan) creo que la cosa cambia. Y mucho.

No es la mierda. La mierda es aquello que tiramos por un agujero porque nos molesta, no nos gusta (hablo de cosas y desde las cosas, pero siempre como metáfora de modos de ser, traumas, esquelas del recuerdo, fuguraciones de utopías perfectas, nuestro propio kitsch), lo tiramos por un agujero sin eliminarlo, porque no sabemos hacerlo, y es por ello que queremos enviarlo a un lugar en el que exista de tal modo que sea como si no existiera en absoluto. Sigue ahí, no sabemos dónde, pero sigue ahí.

Esto es diferente, es sacar de la alforja para caer al suelo.

Esa es precisamente, si la hay, la mitología del perdedor. Es más que evidente. Serán los muertos los que enseñen a vivir a los vivos. Extraigo de la noche con Marcos (no sé cuándo, ni cómo, pero recuerdo):

-Tronko -me dijo- vas a muerte porque no tienes miedo. Y no tienes miedo porque no tienes nada que perder. Estás muerto.

Evidente, evidente. Por eso mismo serán los muertos quienes enseñen a vivir a los vivos. Precisamente porque están muertos y saben vivir el ahora mismo como si no hubiera nada más (porque no hay nada más). Es el final de un proceso que comenzó hace mucho más de un año y medio. Un proceso que he estado barruntando toda la vida. Ahora debo ser libre, como aquel pobrecito sujeto kantiano que quería desprenderse de lo circunstancial para encontrar su verdadero ser. Pero la pregunta, en uno y otro caso, es la misma:

– Y ahora, ¿qué?

Cuando eliminas lo circunstancial, las falsas necesidades, no queda nada. Miras la palma de tu mano y toda la arena está en la playa. Se te esfumó entre los dedos. Todo está contenido en el presente, porque nada está contenido fuera del presente. Nada. Ahora, libre de cargas, no te queda ninguna. No te queda nada. Más que el hecho de estar aquí y ahora. Y todo gira y da vueltas en un mundo repleto de necesidades cuando a ti, por la fuerza de las cosas mismas, no te queda ninguna.

Si existe una mitología del perdedor, nace de aquí y desde aquí se extiende.

Antes de salir de nuevo, rezo:

que sean los muertos quienes enseñen a vivir a los vivos.

………………………
Apuntes:

pernicie.
(Del lat. pernicĭes).
1. f. p. us. Perdición, daño, ruina.

(rae)

from wales (II)

from wales

Y aún hubo más (menuda pesadilla), porque Marcos quería un colgante y yo recordé que tenía una caja de duendes palmeros por alguna parte, con sus cuerdecitas y todo. Con sus nudos corredizos. Qué maravilla. Aún hubo más porque, casualidad de las casualidades, dentro también estaba y estuvo la cara de lele, enmarcada en un abono transportes color rojo de la zona B3. Era una cara extraña (entendiendo ajena), lejana, distante, espaciada. Era una cara que ya no era y eso fue terrible, un golpe de aguja entre las dos costillas flotantes. Eso fue mucho, mucho peor que el fuego o la imaginación. Se me rompió el recuerdo en dos mitades perfectas que encajaban admirablemente (pero estaban rotas, es decir, eran dos, no una, era un símbolo (pieza partida en dos utilizada por los griegos, entre otros, para reconocerse a lo largo del tiempo. Si las dos piezas encajan en una sola: nos conocimos)). Un símbolo inefable de una realidad inalcanzable.

Y después, sólo después, volvimos a la caja (que todo uno siempre tiene, donde guarda los recuerdos que no sabe tirar (no se lo han enseñado, probablemente; o no quiere, seguramente)). En esa caja, entre el primer paquete de tabaco y el primer mechero, o entre la primera tarjeta telefónica y el primer anillo de hierba, había una carta, que me escribió ella en su momento, que Marcos leyó en voz baja (yo no). Y lloró.

Dijo que era preciosa (¿lo fue?).

No sé por qué leyó aquello (más casualidades, la carta estaba escrita el día del cumpleaños del hombre de gales). Si hubiera tenido intimidad en algún momento hubiera sido esa. En cualquier caso ese era el efecto, la fotografía nitida del momento mientras la noche seguía avanzando y nos íbamos curtiendo de angustia y necesidad. Necesidad de estar en otra parte, de ser otra cosa, de no haber sido tanto ni de tal modo. Se comprenderá que, en tal estado, toda cerveza era escasa, rala, torpe. En la fotografía del momento se puede apreciar a un anticuario descolocado, sobrecogido por la cantidad de objetos dispersos en la mesa. Al lado un galés lee una carta con lágrimas en los ojos. Parece que la carta le pertenece. De algún modo, así fue. Sólo cambiaron los nombres.

Eso, precisamente eso y no otra cosa, es lo que estuvo detrás retroalimentando las energías el resto de la noche. Eso y no otra cosa. Sin eso no hubiera habido angustia y nos hubiéramos ido a la cama mucho antes. Sin fuerzas. Sin necesidad.

De ahí se entiende todo.

Recordamos un incidente reciente. Concluimos que cuando se juntan los cuerpos porque las almas buscan a otra alma, la intimidad se convierte en juguete. Niños emulando, mimetizando a personas mayores.

En aquel incidente reciente no eran dos personas over the palomar. Cada cual (ella, yo) tenía su propia alma buscando a otra alma. Nos mirábamos y no nos veíamos, queríamos ver otra cosa, otra maldita cosa. Por eso me sentí tremendamente incómodo. Compartimos un grado de conexión que de ningún modo es posible que tengamos. No nos conocíamos. No sabíamos quiénes éramos (pero yo no hable con ella, ni ella habló conmigo, sobre aquella cama no éramos dos, sino cuatro. Cuatro son demasiados. La atmosfera se hizo opresiva sobre todo sobre todo sobre todo porque todo era mentira).

Eso es casi todo.

from wales

En el principio de los tiempos era la cama. Yo estaba dormido cuando vino Koldo a invitarme a unos minis en el Cool. Los minis de vino-naranja-licordemora pasaron rápido, y conocimos a un par de pibas interesantes y lesbianas, o lesbianas e interesantes, o jóvenes y de conversación enérgica. Después lo dejamos todo detrás para volver uno a su dormitorio y yo a mi guarida. Era ya un poco más tarde cuando vino Marcos, the man who comes from wales, aparcando frente a mi ventana y tirando miguitas de pan a la sombra de mi melón. Yo desperté como en un sueño y le acompañe a una taberna irlandesa (que venía al pelo), donde hablamos de esto y aquello, pero sobre todo de esto. Después nos aburrimos y salimos. Estábamos fuera (fuera se podía oir aún), y anduvimos buscando un bar donde aposentarnos sin problemas. Pero no había. En realidad no debió haber nunca, a las tres de la mañana un jueves en alcobendas (the revenge). Él recordó que se había subsumido en el delirio de la compra esa misma mañana y como un mago sacó de la chistera del coche seis laticas de carlsberg (posiblemente la peor cerveza del mundo), y las congelamos en el congelador de mi salón (no les dimos tiempo) y seguimos hablando. Oímos a sepultura. Todo estaba bien. Comprendíamos. Nos comprendíamos.

Cuando ya el comprendernos hastiaba fuimos al 7eleven a por tabacos varios (yo ando con la tarjeta rota, así pues iba financiado a interés fijo), y decidimos ir a desayunar a los madriles. Nos adentramos en la castellana hasta acabar la derrota en sol. En montera nos asediaron las putas y nos insinuaron (es su trabajo) nos tocaron las pelotas (literalemente) y las eludimos en un after-hour que nos abrió las puertas previo pago de diez ebritos. Allí sucedió una historia que no quiero contar entre una muñeca de porcelana y un animal ebrio y demasiado joven. Bueno, ella también lo era. Una muñequita de porcelana (pasto de pastillas, seguramente, esos movimientos…) y una flecha dirigida. Después vimos a Chechu (el real, rous, el real) y nos acordamos de cuando vomité a una piba en el baño porque me confundí de puerta… y de cómo nos montamos en un bus para escapar de las ostias y, ya en plaza castilla, nos preguntamos qué coño hacíamos allí. Y cogimos otro de vuelta. Pero eso es otra historia y ya hemos quedado, además, para otro momento.

Volvimos justo antes de amanecer y en la dehesa de sanse nos encaramamos a un roble para ver al sol salir por antequera. Allí, con un cigarro, mirando el rojo naciente en el horizonte. Después caímos y hubo bronca de hormigas. Marcos recordó algo que juro hacer y no hizo y yo me vi con una chequera en un banco. «Quiero sacar», «no hay modo, ta roto, circule», «me voy a otro», «como si se la machaca». Cobré, tarde pero seguro, y compré huevos, bacon, salchichas, pan y pimientos. Desayuné a las diez pasadas. Puse una lavadora. Dormí hasta la una quince. Tendí la lavadora. Me metí en la ducha, me vestí y me fui reverberando al curro.

Allí fue donde, de repente, toda la noche empezó a parecer confusa. Donde empecé a apestarme a tabaco. Donde se me enrojecieron los ojos. Sucede que me canso de ser hombre.

Walking around
Pablo Neruda

Sucede que me canso de ser hombre.
Sucede que entro en las sastrerías y en los cines
marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro
navegando en un agua de origen y ceniza.

El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos.
Sólo quiero un descanso de piedras o de lana,
sólo quiero no ver establecimientos ni jardines,
ni mercaderías, ni anteojos, ni ascensores.

Sucede que me canso de mis pies y mis uñas
y mi pelo y mi sombra.
Sucede que me canso de ser hombre.

Sin embargo sería delicioso
asustar a un notario con un lirio cortado
o dar muerte a una monja con un golpe de oreja.
Sería bello
ir por las calles con un cuchillo verde
y dando gritos hasta morir de frío.

No quiero seguir siendo raíz en las tinieblas,
vacilante, extendido, tiritando de sueño,
hacia abajo, en las tripas mojadas de la tierra,
absorbiendo y pensando, comiendo cada día.

No quiero para mí tantas desgracias.
No quiero continuar de raíz y de tumba,
de subterráneo solo, de bodega con muertos
ateridos, muriéndome de pena.

Por eso el día lunes arde como el petróleo
cuando me ve llegar con mi cara de cárcel,
y aúlla en su transcurso como una rueda herida,
y da pasos de sangre caliente hacia la noche.

Y me empuja a ciertos rincones, a ciertas casas húmedas,
a hospitales donde los huesos salen por la ventana,
a ciertas zapaterías con olor a vinagre,
a calles espantosas como grietas.

Hay pájaros de color de azufre y horribles intestinos
colgando de las puertas de las casas que odio,
hay dentaduras olvidadas en una cafetera,
hay espejos
que debieran haber llorado de vergüenza y espanto,
hay paraguas en todas partes, y venenos, y ombligos.

Yo paseo con calma, con ojos, con zapatos,
con furia, con olvido,
paso, cruzo oficinas y tiendas de ortopedia,
y patios donde hay ropas colgadas de un alambre:
calzoncillos, toallas y camisas que lloran
lentas lágrimas sucias.

…………………………
Apuntes:
defenestrar.
1. tr. Arrojar a alguien por una ventana.

ciclotimia.
(Del gr. κúκλος, círculo, y θυμóς, ánimo).
1. f. Med. psicosis maníaco-depresiva.

psicosis maníaco-depresiva.
1. f. Med. Trastorno afectivo caracterizado por la alternancia de excitación y depresión del ánimo y, en general, de todas las actividades orgánicas.

(rae)