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comunicación

Te pedí
un segundo
para mirar a otra parte.

A mi alrededor cerraron la calle
con precintos amarillos.
Mandaron a la gente a casa,
dijeron que no había nada que ver allí.

«¡Circulen, vamos, circulen!»

Terminaste el café y te fuiste,
esquivando el cerco.

Yo me quedé.
Observando el infinito,
rompiendo las tarjetas de crédito,
sabiendo que iba a echarte
jodidamente
de menos
de nuevo.

el principio del invierno

Nos despedimos al principio del invierno,
con lágrimas de adorno. Escandalosas,
pero de adorno.
Sabíamos que estaba todo hecho.
Al menos yo lo sabía.
Al menos aún tenía fuerzas para saberlo.
Cogí un taxi contra mi costumbre
y me derrumbé tras el umbral de la puerta,
que se combó ligeramente para abrazarme
y darme un beso en la nuca.

Después abrí una cerveza,
puse la tele,
encendí un cigarro,
me quedé mirando al infinito.

Más o menos como siempre.

Disolución

Maldita gente, repito,
después de que me den fuego.
El cigarro crepita y humea gimiendo el aire
en pavesas.

Una situación incómoda lo es por muchos motivos.
Aunque no valga ninguno.
No les importa.
Hacen la situación incómoda de todos modos.
Les es indiferente.
No les importa.

No hay calles ni viejas ni portales ni interruptores,
bien mirado.
Quizá,
ergo quizá,
sólo tú y yo,
que ya no nos damos la mano, ni los pies,
ni las bocas, ni compartimos cigarros.

Todo un submundo acaba de nacer.
Acércate.
Echa un vistazo.
Tú y yo lo hemos creado.

– Es poco, es poco para tanto.
– No jodas. Es tanto para nada.

Lo que queda, ahí fuera, se va tiñendo de azul.

Maldita la gracia.