Te pedí
un segundo
para mirar a otra parte.
A mi alrededor cerraron la calle
con precintos amarillos.
Mandaron a la gente a casa,
dijeron que no había nada que ver allí.
«¡Circulen, vamos, circulen!»
Terminaste el café y te fuiste,
esquivando el cerco.
Yo me quedé.
Observando el infinito,
rompiendo las tarjetas de crédito,
sabiendo que iba a echarte
jodidamente
de menos
de nuevo.