Estábamos borrachos, eso lo recuerdo.
Entre toda la confusión que había, recuerdo que estábamos borrachos.
Yo iba allí de gordo, de sobrepeso. Iba allí de sobrante: de sobrecargo. No tenía ninguna importancia. Estaba de más. Sobraba.
Eso era lo que tenía claro.
Todas las mujeres que compartieron mi vida me han dicho lo mismo. Que estaba gordo. Todas me han hecho mucho daño con eso. Ninguna me ha ayudado lo más mínimo con ello. Todas me hirieron con ello.
Excepto ella. Estábamos, cómo no, en el cool. Y ella estaba allí, buscando algo. Looking for something.
Estuvo en un recital de poesía que di una vez, antes de volverme descreído.
Y gracias a ello fue sencillo.
Un par de frases de «¿eres?», «soy», «estupendo», «ok, un par de cervezas».
Me cogió de la mano y el brazo fue su brazo y me dió un beso en la mejilla y lo siguiente que recuerdo es estar en mi cama con ella a la derecha.
Allí.
A la mañana siguiente, el sábado pasado, me preguntó cómo escribía mis poemas.
Le respondí: «borracho».
Me dijo lo que siempre me han dicho: «eres una parodia de ti mismo».
Claro. (No tengo nada mejor que hacer, entre dientes).
Nos fuimos a comer unos bocadillos. Empezaba a llover. Nos guarecimos bajo una terraza. Me dió un beso con sabor a tierra y a panceta.
Volvimos a casa.
Nos guarecimos.
Después la acompañé afuera. Lejos. Le di un beso que fue devuelto.
Me dijo: «haz un poema de esto».
Le dije que no podía.
Y me respondió:
«entonces, nos vemos».
Nos veremos, y será así, porque está escrito.
Me masturbé con ella cuando ya no pude ver. Cuando la distancia fue la única presencia. Cuando todo lo demás se volvió arena.