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Allí donde caer muerto

Cabeza abajo en el metro.

Tierra coronando el viento
y las nubes
donde apoyo mis pasos.

K.C. golpea mis oídos,
porque quiero ser dolor
inane.

Salvador colapso de mis
sentidos, letargo imbécil
de un mundo imbécil que
huele a sudor y perfume,
mezclados,
abriendo los esfínteres que
van lanzando fuera todo lo que
me callo.
Atrás dejé mi último verano,
agotado.

Cojo un lugar, un mundo al que
llamar mío, y ya están todos ocupados.

Espero mirándome al espejo
y mojándome la cara. Cuando
por fin entro con la llave
dorada de 25 pesetas el artificio
está ya hecho.

Y huele fuerte a otros alientos,
todo me dice lleno, vete, aquí
no hay ya sitio para tus
zapatos.

Saco la caja y encierro mi
nariz dentro. Vuelvo
mis ojos hacia el centro de
mi cabeza. Las
manos a los bolsillos.

Y ahora
todo es perfecto.

Suelo (ser) firme

I.
Me lío un cigarro de «Golden
Virginia». Es mi
tiempo-libre.

También puedo ser esto
(melocreomelocreolojurolocreo).

Puedo tener objetos que
decoren mi único suelo, la
tierra a que pertenezco, mi
patria de salóncomedorcocinabaño
y un sofá acogedor. Gracias
a esto puedo:

comer,
beber,
dormir,
excretar
y
vegetar viendo el televisor.

II.
Anoto:
«Estoy cansado.
Pero no puedo parar no
debo si quiero mi patria
amada de 65.000 al
mes cada mes y
contigo y la cama,
donde estoy contigo».

III.
Y todo esto da igual,
son detalles concretos de un
devenir absurdo y
enfermizo.

Sé, lo sé, por supuesto
lo sé, sólo creyendo…

…la paz estará
conmigo.

IV.
Hijo de todos mis muertos.
Quietos, callados. Recordando
con su elocuente silencio su
cualidad de ancestros.

Hijo de aquellos mal
enterrados
(«dumba etna», canta
en la noche la flauta
sin agujeros de mi
espalda rota)
allí donde asoman las
manos sin carne, sin sangre;
sólo huesos.

Canta la tierra que les
cubre su amargo canto
de Robe:
«no funciona nada»,
repiten.

Por ahí no, los agujeros están
en el alma…

V.
El tren repiquetea desde las
traviesas, yo escucho la radio
para no oírlo.

Eso y las conversaciones ajenas,
que hablan desde sus
andamios apuntalados en
la nada,
aseverando ser la única
VIDA.

Posiblemente tenga sueño.
Quizá llore aquello que humedece
mis labios.

Yo sólo deseo encender un
cigarro, buscarme un lugar

en el armario donde jamás
llueva.

El tren, indolente, repiquetea
sobre las traviesas.
Suelo firme debajo de mí.

Ineluctablemente

Ineluctable realidad de nuestro
carácter efímero. Lo encajo
bien, uno se cansa de todo tarde
o temprano.

Ineluctable realidad de nuestro
carácter arbitrario. Vaya, eso
ya duele. «Caminante…»,
construye tú mismo desde
tu cimento vacío.

Lo que puede ser cualquier cosa no
es propiamente nada.
El humano inventa el
juego, su divertimento de
valores y juicios.

Jugamos a dioses venidos
a menos, y jugamos las reglas
con puntualidad exquisita.

Caminos de cera.
Toma mi mano y aprieta. Haz
que duela. Que me llame por
mi verdadero nombre y recuerde:
el hambre, la sed, el sexo…

Más allá de ahí y así,
sin matices, sólo quedamos
nosotros contando cuentos en
nuestro invierno.

Ineluctable realidad de nuestro
carácter arbitrario. Trae pronto
un inmóvil, me estoy
desangrando.