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la cama se ensucia y el ambiente se pudre

Propone mujeres de rabia y dolor con cara angelical, chicas de la puerta de al lado, pecas y lunares. Todas con causa común, la de un cuerpo que agrede o es agredido. La del sexo como miseria porque la cama se ensucia y el ambiente se pudre.
Arterego hablando de las fotografías de Richard Kern

Y eso era todo al día siguiente. La luz mortecina del cielo nublado, el corazón en un puño de querer decir adiós sin saber muy bien cómo, el café soluble calentado en el microondas, el cigarro asqueroso en dedos amarillos de piel excedida por todo lo que se fumó anoche, las lenguas pastosas de la cerveza, el vino y la saliva del otro, que ahora está enfrente y es complicado de encarar. La sonrisa tímida y confusa de durante, durante todo esto que está pasando esta mañana, que pretende una cercanía sin acercamiento, un reconfortarse sin entrar en contacto, un saludo que ya es en sí un hasta luego.

sinceridades

Qué gratificante es ser sincero cuando no te va nada en ello.

– ¿Tengo el culo bonito?
– Tienes el culo como un triceratops, guapa.

Tiene un culo estupendo. Pero le muestro sinceramente mi falta de interés en todo esto.

– No seas absurdo, tengo un culo bonito, me lo dicen mucho.
– Eso no vale para nada. Todo el mundo miente. Y más sobre estas cosas. Te dirían que tienes el culo bonito aunque fuera un cráter lunar peludo, pálido y partido por la mitad con un serrucho.
– Vamos a tomar otra cerveza, que hoy estás tonto.

Se levanta y va a la nevera, yo espero en la cama encendiendo un cigarro. Vuelve con un par de latas de cerveza viva.

– Pues tú estás gordo.
– Eso ya lo sé.
– A mí no me molesta que lo estés.
– Deberías ser mi médica, sería todo más fácil y divertido.
– Supongo que en ese caso mi perspectiva cambiaría. ¿No te gusta mi culo?

Pone morritos. Yo nunca he sabido muy bien cómo resistirme a eso.

– Sabes perfectamente que tienes un culete estupendo.
– ¡Gracias!

Pero estoy corroído por la sinceridad, de la facilona, de la que no supone ningún esfuerzo.

– Sin embargo… tienes los hombros muy caídos.
– ¿Y a quién coño le importan los hombros, joder?

Le da un sorbo a la cerveza y se mira la punta de los dedos de los pies, sonriendo.

sobre lo real

Pero eso no tiene mucho sentido. Es sólo un relato.

Y un poema.

Vale, y un poema. Pero… no tiene sentido. Yo estoy aquí. Esto es un beso.

Y me besas.

Pongo mi mano en tu cintura.

Y lo haces.

Pongo mi mano en tu polla.

Y lo haces.

Esto es contacto.

Y me pegas una ostia.

Y después otra.

Y después no puedes parar.

Y me golpeas, a patadas, a puñetazos, a tortas. Estás llorando. Yo no puedo hacer nada por detener ninguna de ambas cosas. Así que recibo. Los golpes y las lágrimas.

Sigues así un rato. Un buen rato. Me miras, compungida. Me miras, llorando.

Me miras y no puedes hacer nada.

Me pellizcas.

Me haces daño.

Me retuerces un pezón.

Duele.

Vuelves a las tortas en la cara. Tengo un resorte que me devuelve siempre al centro mientras tú pegas duro, y pagas la rabia de no poder hacerme ver lo que tú comprendes de un modo diáfano.

Tengo tan poco que contarte ahora que prefiero que sigas pegando.

Aunque me beses.

Aunque me des ostias y me beses al mismo tiempo.

Y me desnudes en medio del suelo, mientras te desnudo y no dejas de pegarme.

Me sigues pegando mientras follamos.

Al día siguiente, cuando me levanto para hacerte el desayuno, ya no estás.

Las heridas, los daños, dependiendo de cómo vengan, no duelen demasiado y significan bastante.

Tengo trabajo con el betadine.

Delante del espejo, todo duele estupendamente bien.

Si el tipo del otro lado quiere hacer algún reproche, se cuida mucho en hacerlo, así que yo sigo con lo mío.

(Un trocito de Hablando sobre Bakunin, porque mis pensamientos iban por ahí hoy y acabo de llegar a casa y no tenía tiempo de escribir nada, pero quería decir algo concreto).