Pero eso no tiene mucho sentido. Es sólo un relato.
Y un poema.
Vale, y un poema. Pero… no tiene sentido. Yo estoy aquí. Esto es un beso.
Y me besas.
Pongo mi mano en tu cintura.
Y lo haces.
Pongo mi mano en tu polla.
Y lo haces.
Esto es contacto.
Y me pegas una ostia.
Y después otra.
Y después no puedes parar.
Y me golpeas, a patadas, a puñetazos, a tortas. Estás llorando. Yo no puedo hacer nada por detener ninguna de ambas cosas. Así que recibo. Los golpes y las lágrimas.
Sigues así un rato. Un buen rato. Me miras, compungida. Me miras, llorando.
Me miras y no puedes hacer nada.
Me pellizcas.
Me haces daño.
Me retuerces un pezón.
Duele.
Vuelves a las tortas en la cara. Tengo un resorte que me devuelve siempre al centro mientras tú pegas duro, y pagas la rabia de no poder hacerme ver lo que tú comprendes de un modo diáfano.
Tengo tan poco que contarte ahora que prefiero que sigas pegando.
Aunque me beses.
Aunque me des ostias y me beses al mismo tiempo.
Y me desnudes en medio del suelo, mientras te desnudo y no dejas de pegarme.
Me sigues pegando mientras follamos.
Al día siguiente, cuando me levanto para hacerte el desayuno, ya no estás.
Las heridas, los daños, dependiendo de cómo vengan, no duelen demasiado y significan bastante.
Tengo trabajo con el betadine.
Delante del espejo, todo duele estupendamente bien.
Si el tipo del otro lado quiere hacer algún reproche, se cuida mucho en hacerlo, así que yo sigo con lo mío.
(Un trocito de Hablando sobre Bakunin, porque mis pensamientos iban por ahí hoy y acabo de llegar a casa y no tenía tiempo de escribir nada, pero quería decir algo concreto).