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casa limpia

Ha sido una pelea constante a lo largo de mi vida. Siempre peleando, intentando hacer ganas. Obligándome con responsabilidad, con recompensas, con lo que fuera. Y nunca conseguí una mierda hasta que no me puse tareas sencillas que hacer cada día en poco tiempo. Y ahí se acabó el problema —al menos en el último año, ya veremos.

Ya no funciono cuando todo está mal. Antes era mucho mejor para mí, si es que alguna vez me he inspirado me inspiraba más estar rodeado de desastre. El desastre ha sido lo que me ha motivado siempre, las grietas del sistema por donde se puede apreciar todo lo que no funciona, conformando la realidad tras la realidad.

Y sigo pensando lo mismo, pero ahora no creo que tenga que ver con tener bolas de papel por todas partes. Creo que ahí ya no está lo que quiero comprender.

Pero cuando no hay mucho más siempre nos queda la estética, aparentar que. Es como lo de las herramientas de las que hablaba el otro día. Mucho tiempo uno se imagina usándolas. Cuando realmente las usa no necesita imaginarse nada.

Ya no necesito forzar la vista para ver ni imaginarme usando algo para sentirme a gusto con ello. Ahora veo y hago. No sé si es en "Alta fidelidad" donde Nick Hornby decía eso de que lo más importante en la vida era aprender a distinguir entre lo que a uno le gustaba y lo que uno quería que le gustara. Es justo eso de lo que hablo, aplicado a uno mismo. Soy lo que soy, no lo que me gustaría ser. Si hay suerte, con el tiempo seré lo que quiero ser, pero ahora mismo todavía no lo soy.

lo complicado de lo simple

Estuve viendo el concierto de un grupo de versiones de los 70, 80 y 90. Normalmente, comentaba mientras iba hacía el sitio, ese tipo de grupos me deprime. Siempre me resulta algo triste, algo decadente, algo de quiero y no puedo o quiero y no llego. Sin embargo en este caso produjeron la reacción química y de pronto me di cuenta de que estaba metido hasta las trancas en aquello.

El bajo y el batería estaban felices hasta casi romperse. Todos parecían estarlo, pero el bajo y el batería tenían sonrisas enormes y cara de disfrutar a cada paso. El teclista a mí me sobraba, su sonido desentonaba, rompía el hechizo, el guitarra estaba bien aunque no demasiado —hasta el punto en que supongo que lo correcto sería decir que no estaba demasiado mal—. Y la tipa que cantaba hacía a todo, le daba igual cantar a unos que otros y parecía tener una voz infinita que llegaba a y estaba en todas partes.

Comprendí que daba igual lo que les hubieran echado encima. Con ese bajo, ese batería y esa voz juntos nada podría romper la magia del todo. Podían amenazarla, claro, ponerla en peligro, pero no aniquilarla.

Tocaron diez canciones o doce y luego hicieron otras tantas de bises. No parecían ser capaces de agotarse. Después, volviendo a casa, recordé aquello de que la música cumple una función además de ser o no un modo de contar cosas, y me pareció evidente que esta gente lo tiene muy claro. Lo saben y además disfrutaron como titanes. Ainst, qué envidia sana.