Así que a cualquier cosa se le llama viaje, pero creo que con razón. Si el asunto es dejar de tener que ocuparse mediante entretenimientos ajenos para entrar en tu propia cabeza como si fuera un parque de atracciones, dejarte llevar mientras construyes para terminar sacando un mundo rico en el que fluirán los hilos de las historias que quieres contar o cantar o tocar (ejecutar suena raruno en este contexto), si el asunto es realmente ese no hay otra forma que llamarlo más que viaje.
Ese mundo está ahí y lo ha hecho desde siempre, nunca ha dejado de estarlo, pero quizá cueste trabajo prestarle la atención que merece entre los disturbios del día a día y los diferentes fríos que se pueden llegar a sentir en él. Lo reconoces porque es el lugar al que vas cuando ya no hay otra parte, aunque la intención esta vez es darle una utilidad diferente: que sea marco de lo que sucede y no último refugio.