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tras el incierto horizonte

Un personaje pone en jaque a la humanidad y cuando está haciendo más daño… se muere solo. Le da un puto infarto y se mete en el diván de los sueños con todo ese dolor. Y ese momento, estúpido pero con potencial para ser tremendo, no va a ninguna parte en la novela. No va a ningún lado. No pasa nada. El malo del libro, un robot que lleva viviendo miles de años, es derrotado colocando una máquina en medio de un riel, estando en su territorio y en dos líneas de texto. Miles de años de sabiduría, el terreno que domina, el boss del libro y lo resuelve con una piedra en el camino y veinte palabras. Una inteligencia artificial es engañada utilizando su pasado humano… y revela secretos que tenía «por haber estado en contacto» con el robot de antes porque todo contacto informático es bidireccional. No sólo recibe los datos sino que los comprende, claro, porque casualmente era una cienfífica inteligentísima que había ido a Pórtico después de que se rieran de ella en su tesis doctoral. El prota explica intensamente por qué ama a su mujer actual, por qué también a la anterior y por qué se siente culpable por lo que pasó al final de la primera novela, todo ello repitiendo lo mismo una y otra vez, y otra y otra vez más. Quizá eso es, en extensión, más de medio libro. Los personajes en el paraiso Heechee sólo quieren dinero, han ganado ya más dinero con la exploración del que puedan gastar dos terceras partes de la humanidad en toda su vida… y deciden poner su vida en riesgo cuando no tienen ninguna necesidad de hacerlo. ¿Por qué? Pues porque oh, yeah. A veces, si tu destino está en movimiento y tú vas en una nave Heechee, llegarás antes. Cuando no le apetezca a Fred llegarás a donde estaba el objeto antes de que salieras y después seguirás hasta su posición actual. Eso (lo segundo) tampoco tendrá ningún impacto en la historia. Eligen a una niña de diez años para formar parte del equipo de cuatro miembros de un viaje de cuatro años hacia la factoría que puede salvar a la humanidad de morir de inanición porque oh, yeah. Qué pintan una niña y un anciano en ese viaje. Qué. No tiene sentido alguno.

Hay mucho más, pero ahora preferiría olvidarlo. La novela es un error tremendo por todas partes, sin excepción.

Lo único que interesa del libro, y casi más como apunte personal del autor que usar para hacer una novela que como contenido de esa propia novela, es el epílogo final. Si en ella no sucede nada que vaya a ninguna parte con sentido, en las últimas páginas la remata abriendo la puerta a una tercera entrega de un modo sonrojante y con lo único que puede: el enigma de los Heechees. Todo lo demás carece de cualquier interés. Los Heechees sí lo tienen, por lo que el autor se toma la molestia de disimularlo escribiéndolo de un modo pobre y tristón, soltando con prisas cuatro ideas-cebo y escribiendo «FIN» sin tiempo ni para saltar de párrafo.

Pórtico es un novelón por lo que no dice, Tras el Incierto Horizonte me recordaba todo el tiempo que «más vale callar y parecer tonto que hablar y demostrarlo». Bueno, eso es una estupidez. Pórtico es un novelón por lo que no dice y también por la atmósfera que dibuja. Pórtico habla de lo que lleva a la gente a apostar por más idiota que sea siempre que haya una posibilidad de salir del agujero, y cómo los que tienen el poder y el dinero organizan las cosas para que gane quien gane y arriesgue quien arriesgue ellos siempre se lleven el pedazo más gordo del pastel que esté en juego. En esta segunda parte habla de un tipo que se mola muchísimo, un equipo de exploración que parece formado por tus vecinos del quinto y… nah, a quién pretendo engañar. No tengo ni idea acerca de sobre qué habla.

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