Te levantas un sábado cualquiera y abres una cerveza. Has quedado, y lo tienes claro, así que te rapas la cabeza. Monerías de un niño tonto. Apuras el trago hasta el fondo porque en él guardas la llave de tus sonrisas y te esquilmas vaciando secretos en las papeleras.
– Tengo que recoger todo esto.
Y coges la puerta y te vas.